Una de las grandes afirmaciones de la ciencia política se basa en la idea de que los partidos políticos son precondiciones para la democracia, en tanto canalizan el conflicto político e integran en la toma de decisiones sensibilidades representativas de la población de un lugar dado.

 Son muchos los autores que nos recuerdan que, en momentos de grave escepticismo con la política partidaria como en los que nos encontramos, un sistema político sin partidos políticos es incompatible con la democracia, puesto que en nuestras sociedades complejas la diferencia de intereses es un elemento sustancial e inevitable. Además, su importancia en la vida política de los Estados, precisamente por tal carácter de mediadores entre las cosmovisiones de los ciudadanos, ha hecho que algunos autores, como Manuel García-Pelayo, nos hablen del muy gráfico concepto que es el “Estado de Partidos”.

Siguiendo el marco de este concepto, en las actuales democracias del mundo se han desarrollado sistemas de partidos muy diferentes: desde el multipartidismo de sistemas como los de Holanda, Alemania, la India o los países nórdicos a sistemas políticos más restringidos, en los que la pluralidad ideológica se integra dentro de los partidos políticos. Ese es el caso del modelo que nos ocupa, el sistema de partidos de Estados Unidos. Como hemos analizado ya con anterioridad, dos son las características básicas de este sistema: en primer lugar, la existencia de dos grandes partidos (el Demócrata y el Republicano), que funcionan más como plataformas que como partidos estructurados y centralizados al estilo europeo. En segundo lugar, estos partidos, adaptados a la pluralidad constitutiva de un país de casi 300 millones de habitantes y que ocupa un espacio geográfico que va del Atlántico al Pacífico con varios husos horarios, tienen una grandísima diversidad ideológica interna, de tal modo que las diferencias en valores y programas entre un republicano de Maine o de Massachussetts y otro de Arkansas o Louisiana es amplísima. El sistema, como tal, se explica por tres condiciones: en primer lugar, un sistema de distritos uninominales. En segundo, y a pesar de las diferencias entre Estados, una gran homogeneidad cultural que actúa como elemento cohesionador del sistema y, por último, un sistema arraigado de primarias, establecidas legalmente y estrechamente relacionado con la necesidad de financiación de las campañas.

El rendimiento del sistema es bastante eficaz: en los últimos 100 años, todos los Presidentes han provenido de uno de estos dos partidos, al igual que la inmensa mayoría de Gobernadores, Senadores y miembros de la Cámara de Representantes. No obstante, como puede percibirse perfectamente de la aseveración anterior, el comúnmente conocido como sistema exclusivamente bipartidista no es del todo así, dado que terceros partidos y, especialmente, candidatos ajenos a los dos grandes partidos, han tenido (y tienen) experiencias de éxito en diferentes ámbitos.

Como ya hemos descrito, el Senado se compone de 100 escaños, a la sazón de dos por cada uno de los 50 Estados que forman la Unión. En la actualidad, el Partido Demócrata ostenta una mayoría de 55 escaños, frente a los 45 escaños del Partido Republicano. No obstante, si acercamos la lupa al documento, vemos que, en realidad, hay alguna diferencia que no se aprecia salvo que se reduzca el nivel de análisis: los dos senadores de Minnesota, Amy Klobuchar y Al Franken, ambos integrantes del caucus demócrata, realmente son representantes de una coalición que se da en dicho Estado entre el Farmer Labor Party y el Partido Demócrata. El senador Sanders, de Vermont, es un independiente (una especie de socialdemócrata) que primero fue miembro de la Cámara, pero opera también dentro del campo demócrata. El junior senator de Maine, Estado con una gran tradición de independencia (por decirlo en términos españoles, centrismo), Angus King, es un independiente que también se ha integrado en el grupo demócrata, y que ya ostentó tal condición como Gobernador de su Estado. En este último caso, y si la mayoría partidista cambiase de composición en el Senado, no se descarta que King pasase a trabajar con los republicanos.

Esta foto fija del momento actual tiene coherencia con parcelas y circunstancias del pasado reciente: en las elecciones de 1992, que enfrentaron al entonces Presidente George W. Bush con el entonces Gobernador de Arkansas Bill Clinton, un tercer candidato, Ross Perot, multimillonario tejano que compuso a su alrededor una plataforma de “regeneración” y protesta, obtuvo el nada despreciable resultado del 19% del voto, casi 20 millones de votos, en clara consonancia con el aumento de votantes potenciales que se denominan “independientes”. En 1996, cuando Clinton fue reelegido por la mejora económica, a pesar de la ola conservadora, Perot volvió a presentarse, llegando en esta ocasión al 8% de los votos. En otro ámbito, Jesse Ventura, ex luchador profesional, fue elegido gobernador de Minnesota en 1998 como independiente. Como vemos, son ejemplos claros de que, ante determinadas circunstancias coyunturales económicas o sociales, es posible que en un sistema bipartidista razonablemente asentado surjan brechas, casi todas derivadas de una personalidad carismática o especialmente mediática.

En las próximas mid-term elections de noviembre de 2014 el fenómeno está alcanzando una magnitud relevante: en el marco de ese cleavage entre lo nuevo y lo viejo, que se muestra en Estados Unidos como un debate entre los insiders y outsiders de Washington, unas elecciones relativamente previsibles como las de un escaño en Kansas (que lleva eligiendo senadores republicanos continuamente desde principios del siglo XX), en las cuales el senador Pat Roberts se presenta a la reelección, la presión del Tea Party y fallos de la campaña del incumbent ha hecho que la popularidad entre sus votantes esté bajo mínimos. En ese contexto, el partido demócrata elige a un candidato joven, pero además, un antiguo demócrata se presenta como independiente. En las encuestas de opinión comienzan a estudiarse las preferencias de los votantes en una carrera a tres y, sorprendentemente, el independiente Greg Orman se sitúa muy cercano al senador Roberts, con el candidato oficial demócrata en tercer lugar, superándolo incluso en el caso de que la competición fuera a dos bandas. Ante tal situación, y quizá tratando de evitar lo que sucedió en Florida en 2010, el partido demócrata ha decidido retirar de la carrera a su candidato, de tal modo que, en un claro cálculo de voto estratégico, buena parte de sus votantes apoyen a Orman y, en un contexto en el cual la mayoría del Senado está en el aire, consigan quitar un escaño que hace dos meses se contaba como seguro en el lado republicano, confiando, además, en que Orman, al igual que Sanders y King, se integre en el caucus demócrata. Por cierto, en últimas encuestas, Orman ha logrado ir por delante. De igual modo han operado los demócratas en las elecciones a Gobernador en Alaska, retirando a su nominado con la esperanza de que el voto estratégico y el cálculo electoral juegue en contra de los candidatos republicanos, a priori con una base electoral más amplia pero no mayoritaria.

Si bien los candidatos ajenos al Partido Demócrata y el Partido Republicano no parece que vayan a obtener una gran cantidad de votos, pueden, según los fundamentals de cada Estado y la personalidad e ideas de los candidatos de los partidos grandes, restar votos de tal modo que elecciones reñidas no lo sean tanto, o viceversa. El caso del candidato Pressler, antiguo Senador republicano de South Dakota que se presenta como independiente en dicho Estado o los candidatos de ideología libertaria en las elecciones senatoriales en Estados como North Carolina, Virginia o Georgia son paradigmáticos, como también la curiosa competición a tres en las elecciones para gobernador en Maine, en la que se enfrentan un no muy valorado Gobernador republicano, un candidato demócrata y un empresario independiente.

Está por ver si las descripciones demoscópicas que arrojan los diferentes sondeos de opinión en estos dos casos concretos se cumplirán. En todo caso, parece que una cierta frustración con el sistema político en un contexto de gobierno dividido (con constante enfrentamiento entre una Casa Blanca demócrata y una Cámara de Representantes dominada por los republicanos, con un Senado de mayoría demócrata que busca sobrevivir), un crecimiento económico visible pero aún débil, y la insatisfacción con las etiquetas tradicionales hace crecer la masa de votantes que, registrándose como independientes o no, están acercándose a fórmulas alejadas de lo tradicional.

José Antonio Gil Celedonio