Los líderes mundiales se reúnen en París con el objetivo llegar finalmente a un acuerdo jurídicamente vinculante que frene el cambio climático que nuestro planeta ya experimenta. Cunde el escepticismo por la sombra de los fracasos en las anteriores conferencias de Copenhague y Lima, con el agravante de que ahora nos encontramos en un punto crítico.

Seguir como siempre no es una opción. Esto no lo dice Greenpeace: el Banco Mundial concluye que si no se toman medidas, las temperaturas subirán entre 4 y 6 grados centígrados de media global. La consultora PriceWaterHouseCoopers directamente afirma que subirán 6 grados. ¿Qué harán las elites esta vez?

Muchos ojos se dirigen esperanzados hacia los Estados Unidos. Esta es la última oportunidad de la Administración Obama para conseguir un acuerdo internacional histórico que pueda frenar el cambio climático. El principal escollo al que se enfrentan los negociadores estadounidenses es su propio Congreso, dominado por los republicanos y algunos demócratas escépticos. Para evitar que el legislativo vuelva a tumbar un acuerdo como ya pasó con Kyoto, la Secretaría de Estado busca fórmulas para llegar a un acuerdo jurídicamente vinculante sin que el texto final contenga la palabra “Tradado”, con el fin de circunvalar la aprobación del Congreso en el proceso de ratificación por los Estados Unidos de América.

La salida de Tony Abbott del Gobierno de Australia es otra buena noticia en el bloque Occidental. Como gran defensor de la industria del carbón, Abbott llegó a calificar de “basura” a las pruebas científicas acerca de la influencia humana en el cambio climático. Por su parte, desde Canadá y con Harper fuera del Gobierno, el futuro es mucho más esperanzador. La firme voluntad del nuevo primer ministro Trudeau de reintegrar a Canadá no sólo en Kyoto, sino en un tratado mucho más ambicioso así lo demuestra. Sin embargo, algunos nubarrones podrían ensombrecer la deseable unidad en el bloque occidental: el nuevo gobierno ultraconservador de Polonia ya ha mostrado su escepticismo ante las pruebas científicas así como su intención de proteger la industria polaca, especialmente la del carbón.

Respecto a las economías emergentes, India es uno de los grandes obstáculos para poder llegar a un acuerdo ambicioso, temerosa por las restricciones que esto suponga a su industrialización. Todo lo contrario ocurre en China: las cosas han cambiado muchísimo y parece que sus negociadores llegarán a París con la voluntad de alcanzar un acuerdo ambicioso siempre que los países desarrollados se comprometan de forma decidida. Las élites chinas habían sacrificado repetidamente el tema ambiental en favor del crecimiento económico. Si el agua de China estaba contaminada, ellos bebían agua embotellada. Si la leche se contaminaba, ellos se encargaban de comprarla en granjas seleccionadas. Sin embargo, los altísimos niveles de polución atmosférica afectan a todo el mundo por igual. Es cierto que están apareciendo gigantescas estructuras que crean atmósferas limpias en patios de colegio o centros deportivos. Aun así, a nadie le gusta llevar a sus hijos al colegio con una máscara. Además, las protestas de los movimientos ecologistas chinos ya no se limitan a manifestaciones en zonas rurales, fácilmente controlables por la represión gubernamental. Ahora se han trasladado a grandes ciudades y el tema verde se ha convertido en prioridad nacional tras la catástrofe de la industria petroquímica en Tianjin. Muchos ecologistas ya se refieren a la espesa niebla que cubre ciudades como Beijing o Shanghai como “la bendita niebla”, capaz de forzar a las élites chinas a adoptar una nueva perspectiva.

Finalmente, es conveniente reconocer la apuesta clara del Vaticano en la lucha contra el cambio climático. Su poderosa diplomacia se ha puesto en marcha para lanzar mensajes e influenciar a la Comunidad Internacional a través del renovado prestigio y autoridad moral que el Papa Francisco ha devuelto a la Iglesia Católica. Las pequeñas naciones insulares, especialmente las del Pacífico, serán trambién protagonistas ya que su misma existencia está comprometida si las temperaturas, y consecuentemente el nivel del mar, siguen subiendo.

Además de las diferentes élites y sus posturas, Naomi Klein señala en su último libro a la ideología neoliberal como una de las grandes causas que nos impiden avanzar en una lucha clara contra el cambio climático. El individualismo extremo, la fe ciega en el mercado y la alergia hacia las acciones colectivas o las grandes inversiones estatales son el gran freno al cambio necesario. Además, la activista canadiense pone el acento en el mal timing que ha tenido la acción internacional para reducir la emisión de gases de efecto invernadero. Por ejemplo, el Panel de Expertos sobre el Cambio Climático de Naciones Unidas (UNFCC) se creó en 1988, cuando la NASA confirmó que la acción del ser humano estaba provocando un aumento drástico en las temperaturas globales. Sin embargo, poco después caía del muro de Berlín, se desintegraba la Unión Soviética y se vivía uno de los mayores cambios geopolíticos de la historia. La masiva desregulación económica posterior no ayudó en absoluto a que los gobiernos se decidieran a establecer controles de emisiones. Posteriormente llegó el éxito parcial de Kyoto. Pero entonces se produjo el 11-S y toda la ristra de atentados posteriores que desviaron la atención del clima y pusieron el foco en la lucha contra el terrorismo internacional. Finalmente, la COP19 de Copenhague, que debió tomar importantes medidas, se vio comprometida por la grave crisis económica mundial y los billonarios rescates a los bancos.

No podemos posponer las soluciones una vez más: el cambio climático es real. No obstante, el timing nos juega de nuevo malas pasadas. A pocas semanas de la COP21 y justo en París, el terrorismo vuelve a colocarse como la gran prioridad política. Sin embargo, muchas de sus causas se encuentran precisamente en el cambio climático que vivimos. Detrás de la crisis siria, de los millones de refugiados y de la larga guerra civil se encuentra la mayor sequía de la historia de esa zona que ha agravado de forma crucial las tensiones sociales y económicas ya existentes. El cara a cara que Erdogan ha pedido a Putin en esta reunión tras el incidente del derribo del caza ruso es otro gran riesgo a las grandes decisiones que tienen que tomarse en la COP21. No se pueden dejar solos a los mecanismos de mercado porque estos solo producen cambio graduales (si los producen). Además, los precios de numerosos bienes y servicios están desconectados de la realidad y no tienen en cuenta externalidades como las emisiones de gases de efecto invernadero.

La sociedad civil jugará un rol crucial en su papel de presionar a las clases políticas. Pero son los Estados los únicos capaces de movilizar grandes cantidades de recursos y legislación para frenar el aumento de la temperatura. Alemania puede servir como modelo útil con su transición energética que ya ha creado 40,000 nuevos empleos, ha democratizado la generación y el acceso a la energía y ha conseguido que el 30% de la energía que utiliza el país provenga de las renovables, relocalizando y municipalizando la gestión. El modelo de Ontario también es interesante. Esta provincia canadiense quiere producir el 60% de su energía de manera local, lo que implica la creación de 30,000 puestos de trabajo, muchos relacionados con la fabricación de paneles solares. Sin embargo, Japón y la UE han paralizado este proyecto ante la Organización Mundial del Comercio esgrimiendo ayudas estatales injustas. Esto muestra una vez más la necesaria coordinación de todos para no bloquear los esfuerzos en la lucha contra el aumento de las temperaturas.

En un contexto de élites más proclives a firmar un acuerdo vinculante y de shock en los precios del petróleo nos encontramos mejor que nunca para tomar una decisión histórica que suponga inversiones multimillonarias, cambios estructurales y nuevos puestos de trabajo para limitar un cambio climático que ya está aquí.

Enric-Sol Brines Gómez