En las últimas semanas atendemos con estupor a las noticias que llegan desde Irak acerca de la violencia brutal desplegada por el grupo yihadista autodenominado “Estado Islámico” (ISIS) en su afán por establecer un Califato independiente.

 Ante el horror de sus acciones y el peligro de su avance hoy todos nos echamos las manos a la cabeza y no sin falta de razón. Sin embargo, más allá del cómo y del cuándo, el fin de la frágil estabilidad iraquí no es sino la crónica de una muerte anunciada a gritos. ¿O es que nadie en la Comunidad Internacional veía los riesgos del enquistamiento y el sectarismo de la guerra en Siria, país vecino de Irak?

La República Árabe Siria, país de Oriente Próximo con capital en Damasco y una población estimada de 22 millones de personas, es actualmente el escenario de uno de los grandes desafíos para el mundo del siglo XXI. Desde hace más de tres años acontece en este territorio de 185.000 km2, un conflicto armado que tiene como consecuencia primera y principal lo que ya se define como la peor crisis humanitaria del presente siglo. Con más de 10,8 millones de personas en situación de necesidad humanitaria dentro del país, de las que aproximadamente 6,5 millones son desplazados internos, y con al menos 3 millones de refugiados acogidos por las débiles estructuras de los países vecinos de la región, el mundo entero es testigo del abrumador flagelo de esta guerra.

Las instituciones multilaterales se muestran paralizadas e incapaces ante sucesos de una magnitud y una injusticia para la población tan flagrante como la que ocurre para millones de sirios. Desde luego, la intromisión de terceros en un conflicto no internacional ha de tratarse de una herramienta de último recurso pero, ¿acaso no es suficientemente grave que un Gobierno viole de forma masiva e incluso sistemática el derecho de la guerra y los derechos humanos? Y, ¿qué hay del peligro de la violencia sectaria o del fanatismo impuesto por los grupos yihadistas?

Resulta como poco llamativo, que ante lo que a primera vista parecen ser los rasgos de la más injusta de las guerras, el conflicto en Siria no haya recibido la atención, la dedicación o el esfuerzo necesario por parte de la Comunidad Internacional y las potencias mundiales para llevar a cabo una respuesta suficiente y sólida, al menos en lo que a una aproximación humanitaria se refiere. Dejando al margen de este razonamiento factores que innegablemente condicionan el posicionamiento internacional ante un conflicto dentro de un Estado tercero, como son los intereses en según qué países de Oriente Próximo y las dificultades específicas que plantea el conflicto sirio -ya sea para la búsqueda de una solución al conflicto, ya para la prestación de la ayuda humanitaria y la acogida de sus refugiados- y aún más allá de los motivos sobradamente justificados expuestos arriba, ha existido en todo caso una razón adicional con peso más que suficiente como para justificar la puesta en marcha de todos los mecanismos internacionales para atajar la crisis siria. Esto es, el riesgo de contagio de la inestabilidad siria a los países vecinos de la región de Oriente Próximo, especialmente alto en el caso de Irak y el Líbano.

Para poner en evidencia este fallo imperdonable en forma de dejación internacional respecto al conflicto sirio, sirva como ejemplo el caso de la respuesta de los países miembros de la UE, no ya en relación al conflicto, sino a un asunto tan urgente y necesario como la crisis de refugiados. Pues bien, en este caso el efecto que la probada respuesta insuficiente de la UE ha supuesto para la región que absorbe la crisis de refugiados sirios se ha traducido en los siguientes riesgos:

-El hecho concreto de una contribución egoísta al alivio de la crisis de refugiados no ha permitido mitigar de forma significativa la presión a la que estos países vecinos a Siria se encuentran sometidos; más bien al contrario, propicia que el detrimento de las instituciones y la inestabilidad se alimenten del incremento de la presión del flujo de refugiados, haciendo a estos fenómenos cada vez más grandes y peligrosos. El contagio de la crisis humanitaria y la inestabilidad política, económica y social que este fenómeno trae consigo viene a su vez a desembocar en otra circunstancia altamente preocupante: el incremento de las amenazas para la seguridad, con potencial para poner en peligro la estabilidad de una región al completo.

-El incremento de las amenazas para la seguridad se traduce en desafíos de muy diversa índole y efectos que se retroalimentan. Para empezar por el punto más obvio, la violencia incesante en Siria conlleva para sus vecinos problemas derivados del contrabando de armas y el movimiento de combatientes –opositores y en muchos casos yihadistas- a través de algunas fronteras. Esto constituye un alto riesgo no sólo para los campamentos de refugiados y la seguridad de los mismos sino que también pone en peligro la seguridad nacional de estos países. Más aún, la mayor amenaza se deriva del contagio del carácter sectario del conflicto sirio a los países fronterizos. Estos países, al recibir refugiados y combatientes de distintas sectas religiosas y minorías étnicas, vuelven a experimentar dentro de sus fronteras brotes de un enfrentamiento violento y sectario, que en muchas ocasiones, como es el caso del Líbano o Irak, había sido tan difícil dormir hace unos años. Este es sin duda el factor con mayor potencial desestabilizador y que en Irak ya se ha materializado en la peor de sus posibles consecuencias.

En este sentido, pongo el énfasis en que la insolidaridad, injusticia y falta de compromiso cometida por muchos países de la UE y otras potencias en el contexto del conflicto sirios, no solo tiene como destinatarios a los sirios. También son víctimas los habitantes de estos otros países de la región, que como los iraquíes ven progresivamente sus vidas afectadas, en ocasiones, de forma dramática.

Marta González Labián