Madrid, 1946. Catedrática del Departamento de Historia Contemporánea de la Universidad Complutense de Madrid, donde ejerce la docencia desde 1969. Desde entonces ha impartido numerosos cursos sobre “Historia Universal Contemporánea”, “Historia de la Europa Contemporánea”, “Historia de las Relaciones Internacionales Contemporáneas”, “Historia de la Política Exterior de la España Contemporánea” e “Historia de Asia Central y Oriental”.

Especialista en historia de las relaciones inte­nacionales contemporáneas, ha publicado un centenar de trabajos sobre la Europa del siglo XIX, las relaciones internacionales de los siglos XIX y XX, el contexto internacional de 1898 y la política exterior española entre 1890 y 1914. Ha sido dos años (1985-1987) vicesecretaria  y seis años (1987-1995)  vicedecana de ordenación académica de la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad Complutense de Madrid. Desde enero de 1998 a noviembre de 2003 ha sido coordinadora de Artes Escénicas de los Cursos de Verano de la Universidad Complutense en San Lorenzo de El Escorial. Desde 1981 es profesora de “Historia de las relaciones internacionales” del Curso de Estudios Internacionales de la Escuela Diplomática del Ministerio de Asuntos Exteriores.

-¿Podría contarnos algo sobre su background? ¿Dónde realizó sus estudios?

Realicé mis estudios de Licenciatura (Filosofía y Letras/Historia) en la Universidad Complutense de Madrid entre octubre de 1963 y junio de 1968. Hice una “tesina” de licenciatura sobre “La prensa militar en la Restauración” porque uno de mis profesores se interesó por mí, me sugirió el tema y me ofreció colaborar con él en la Facultad. A la vez, como necesitaba empezar a ganar algo de dinero, busqué trabajo en la enseñanza media y lo encontré en una academia privada de poca monta. Lo importante de todo ello es que me descubrió que tenía aptitudes para la docencia y que me gustaba. En octubre de 1970 pude firmar mi primer contrato como profesora ayudante de clases prácticas de la Universidad Complutense de Madrid mientras seguía manteniendo clases de enseñanza media y realizaba los cursos de doctorado. Después empecé una tesis doctoral sobre “La intervención española en Portugal de 1847” mientras disfrutaba con las clases en la Facultad y en un nuevo colegio mucho mejor que el anterior. Lo fundamental para mi carrera terminó siendo la llegada a la cátedra de Historia Universal Contemporánea, a la que yo pertenecía, del profesor José María Jover Zamora que me ayudó de manera decisiva a descubrir que la tesis doctoral que había comenzado no me interesaba nada y que en cambio, bajo su dirección, podía emprender otra tesis doctoral: “La neutralidad británica en la guerra hispano-norteamericana de 1898”, un tema que me llevó a la época intersecular, a la política británica y al archivo de Foreign Office en Kew Gardens, dónde he disfrutado verano tras verano investigando en uno de los mejores archivos que conozco.

-Es una especialista en Historia de las Relaciones Internacionales Contemporáneas: ¿Qué le motivó a introducirse en dicho mundo?

La clave estuvo en mis profesores, los que me gustaron y los que no me gustaron. En quinto de carrera tuve la fortuna de disfrutar de uno de los últimos cursos que impartió un viejo profesor: Jesús Pabón, que nos explicó la historia universal contemporánea con una “gracia especial” que no he olvidado. Eso me llevó a la Contemporánea, ya que yo había empezado la carrera pensando en la especialidad de medieval; pero los profesores de medieval fueron “espantosos” y yo quedé fascinada por el siglo XIX. Después empecé a dar clase, a disfrutar con ello y a estudiar lo que no había estudiado antes para estar a la altura de mis propias exigencias; la política internacional fue convirtiéndose en mi tema mientras empezaba la tesis sobre Portugal. Finalmente, llegó el profesor Jover y, como su ayudante, no me perdía sus clases mientras iba leyendo todo lo que él nos recomendaba para preparar unos exigentes seminarios que los ayudantes debíamos impartir a sus estudiantes. La historia de las relaciones internacionales contemporáneas iba colocándose en el centro de mis intereses. Por si lo anterior no fuera suficiente, fue igualmente importante que el profesor Jover me introdujera en la Escuela Diplomática para que le ayudara en su curso.

-Eligió la docencia y lleva muchos años impartiéndola. ¿Es una cuestión vocacional para usted?

No estoy muy segura de lo que significa “vocación”; tuve la suerte de descubrir muy pronto que tenía aptitudes, que servía para ello, que no me cansaban ni la preparación de las clases ni el esfuerzo de impartirlas con pasión ni “el servicio” a mis alumnos y a la Universidad, que no me desanimaba cuando las cosas no salían como las había pensado, que cada curso que iniciaba despertaba en mí un entusiasmo que me hacía feliz. En cualquier caso, me considero profesora universitaria por encima de cualquier cosa y que, como tal, se siente justificada cuando sus alumnos van más lejos de lo que ella fijó.

-Otro de los objetivos fundamentales de la Universidad es la investigación. ¿Con qué  se siente más cómoda: investigando o dando clases?

Cómoda, lo que se dice cómoda, me siento igualmente cómoda cuando preparo-imparto-corrijo-califico que cuando visito archivos o escribo. Sin embargo entiendo que, desde el principio, tuve que elegir y que elegí la docencia por encima de la investigación. Yo nunca he podido dedicarme a la investigación “a tiempo completo” excepto en el verano y a costa de las vacaciones, y siempre he dado prioridad a las exigencias de la docencia sin escatimar la atención a las necesidades de mis alumnos. Durante los cursos académicos me ha resultado complicado concentrarme en la investigación aunque he ido respondiendo a los compromisos que me fueron surgiendo. En cualquier caso, creo que los profesores universitarios no deberían estar obligados a impartir tantos cursos con objeto de disponer de tiempo (varios meses de manera exclusiva) para entregarse a la investigación, que necesita continuidad en la intensidad. También creo que no puede ser buen profesor universitario aquel que no tenga una experiencia investigadora directa y constante.

-¿Cómo ha visto el cambio de Bolonia? ¿Es una oportunidad para la Universidad española?

Soy una europeísta convencida y la idea de un plan europeo que facilitase el desplazamiento de los estudiantes por distintas universidades europeas no podía parecerme mal. Además, era, y soy, muy crítica con respecto a la calidad de nuestras universidades en general y de la mía en particular; Bolonia podía ayudar a nuestra regeneración. Pero esa era la teoría; la práctica está siendo muy negativa: el plan se está implantando a “coste 0”, empezamos la casa por el tejado, con unos másteres de un curso que deberemos re-pensar cuando los estudiantes terminen los nuevos grados que diseñamos más tarde y de acuerdo con clásicos “repartos del pastel”, como no podía ser menos, si éramos los profesores, de manera institucional, los que los diseñábamos. Para que Bolonia tenga éxito y la universidad española mejore, necesitamos más recursos para fortalecer la relación profesor-alumno, para que las prácticas lo sean y para que los estudiantes sientan el apoyo y la exigencia de su tutor. En este momento están en el aire unos 3.000 contratos de profesores interinos en mi universidad y es posible que yo tenga que hacerme cargo de un par de asignaturas más de las previstas hace quince días (tres asignaturas con sus prácticas correspondientes). Si eso fuera así, intentaría hacerlo lo mejor posible aunque no creo que me quedaran fuerzas para seguir con la investigación que tengo iniciada.

-¿Qué opinión tiene acerca de la polémica que rodea al acuerdo del consejo de ministros (cuando todavía gobernaba Rodríguez Zapatero) que ha aparecido en prensa recientemente y bajo el cual se limitan los documentos que pueden ser consultados por los historiadores?

Ese acuerdo ha sido toda una sorpresa que ha salido a la luz gracias a un profesor y un becario de mi Departamento a los que el Archivo del ministerio de Asuntos Exteriores les negó la consulta de unos papeles de los años 60. Pidieron explicaciones e insistieron hasta que les enviaron el acuerdo. ¿Mi opinión? Una vergüenza que no me extraña como investigadora durante muchos años en ese archivo. Lo que menos le importa al subsecretario (el responsable del archivo) es el trabajo de los historiadores. Entiendo que se pusieron nerviosos cuando salieron a la luz los vuelos irregulares de la CIA en Canarias y “muerto el perro, se acabó la rabia”: decidieron colocar prácticamente todo lo relativo a las últimas décadas bajo secreto. Algunos profesores de mi Departamento están intentando mover el asunto para ver si favorecen la revisión del decreto de marras por el Congreso de los Diputados.

-Piensa que, en comparación con otros países de nuestro entorno, fundamentalmente europeos, ¿los historiadores tienen más o menos facilidades para trabajar?

Creo que los historiadores de la política exterior española del siglo XX tienen muchas menos facilidades para trabajar: el archivo fundamental está sin catalogar, tiene un servicio muy poco profesional (no hay archiveros del Estado) y, encima, consideran secreto lo que les da la gana.

-¿Tiene alguna sugerencia para mejorar esta cuestión?

Dos para empezar: (1) Separar administrativamente y físicamente el archivo “vivo” del Ministerio de Asuntos Exteriores de su archivo histórico sobre la base de una ley general de los archivos del Estado que establezca, como ocurre en nuestro entorno, un límite temporal al secreto: ¿25 años? (2) Colocar la documentación histórica bajo el cuidado de archiveros del Estado dándoles los medios para conservar, catalogar y permitir la consulta de esa documentación en un archivo no menos competente que el Archivo Histórico Nacional o que el Archivo General de la Administración de Alcalá de Henares.

-¿Qué opinión le merecen las reformas educativas propuestas por el Ministro Wert? ¿Cree que caminamos hacia una mayor excelencia o considera que se limitan las oportunidades?

Imagino que la reforma educativa a la que se refiere la pregunta es la reforma de las enseñanzas medias. A la vista de fracaso de las últimas décadas, entiendo que algo hay que hacer para que nuestros estudiantes estén mucho mejor preparados tanto si se incorporan al mercado laboral como si ingresan en la universidad. Las cosas han ido tan mal que estoy dispuesta a darle el beneficio de la duda hasta al ministro Wert, que no me gusta nada para el cargo en su condición de sociólogo. ¿Oportunidades? Por mis clases han ido pasando demasiados estudiantes que no se merecían la oportunidad que les dábamos con nuestros impuestos. Hay que exigir más garantizando buenas becas a “los mejores” (inteligencia y esfuerzo) sin recursos familiares.

-En su opinión, ¿hacia qué modelo deberíamos dirigirnos en la Universidad?

Hacia cualquiera de los modelos que nos proporcionan cualquiera de las 25-50 mejores universidades del ranking mundial. Una universidad bien dotada económicamente, con buenas instalaciones, exigente a la hora de seleccionar profesores y alumnos, y exigente en el día a día en busca de la excelencia sin la función de enmascarar el paro juvenil.

-En otro orden de cosas, ¿estima que el cambio de gobierno en noviembre ha supuesto un giro en la política exterior española, en particular en aquello que concierne a la UE?

No me lo parece, aunque puedan haberse modificado algunos acentos; además, con los problemas económicos, no creo que tengan mucho tiempo para establecer líneas de actuación propias. Me temo que se estarán limitando a hacer frente a los peligros que les llegan del sistema internacional sin poder aprovechar las oportunidades si es que han existido en esos meses.

-¿Cree que la crisis que azota el continente europeo desde hace ya varios años tiene solución? ¿Podría pasar dicha solución por un incremento de la cesión de competencias a Bruselas y un mayor federalismo?

Ignoro si habrá solución, pero estoy segura de que, si la hay, ésta se encontrará en el fortalecimiento político de la Unión: necesitamos un Banco Central con todas las competencias para sostener al euro, necesitamos una absoluta unidad fiscal y una dirección económica común, necesitamos una Comisión responsable ante el Parlamento europeo, necesitamos partidos políticos europeos apoyados en una opinión pública europea.

-¿Cree que España lograría reforzar su posición en dicha Europa o se debilitaría?

No creo que, en el mundo en que vivimos, España pudiera sostenerse como un Estado social y de Derecho  fuera de la Unión Europea; a partir de ahí, entiendo que su posición en Europa (su influencia en la marcha general de los asuntos) dependerá de qué Europa resulte de la crisis sistémica en la que nos encontramos, de su peso efectivo en relación con el peso de los otros Estados y de la inteligencia política del país y de sus dirigentes.

-Como vemos en las últimas encuestas de opinión, el europeísmo en nuestro país (y en el resto de Europa sigue patrones similares) ha descendido mucho. ¿Cree que se puede recuperar el favor de la opinión pública?

Se podría recuperar si los europeos formásemos un único cuerpo electoral y pudiésemos votar a nuestros representantes a margen de la nacionalidad de los Estados. Mientras nuestros gobiernos dependan de unas opiniones públicas “nacionales”, Europa seguirá siendo un proyecto del que aprovecharse en vez de lo que debería ser a mi juicio: un proyecto solidario de justicia y paz para todos los ciudadanos europeos.

-¿La posición global de Europa tras el terremoto financiero saldrá favorecida?

No tengo la más remota idea. Me conformaría con que los europeos no nos viéramos reducidos a una mayor irrelevancia mundial.

-Muchas gracias, ha sido un placer.

El placer ha sido mío. Rosario de la Torre (UCM)