El taller comienza con una afirmación: el estado onírico no se diferencia tanto de nuestro estado durante el resto del día. Constantemente vivimos a través de la expresión de nuestro inconsciente, aunque no nos damos cuenta… y, precisamente por eso, es el inconsciente el que habla.

– ¿Cómo? – tartamudeó esa chica, ante la pregunta de Pilar. Ése era el inconsciente. Se había ido a algún sitio, no estaba presente, pero estaba despierta, y tartamudeó.

Somos científicos, investigamos, y creemos que tenemos la razón -aunque ello no implique estar en posesión de la verdad-, y, de repente, nos damos cuenta de que es nuestro inconsciente el que habla. También habló cuando genios y artistas dieron con la solución a un problema entre sueños; cuando, inmersos en un proceso de búsqueda del que muchas veces no fueron conscientes, hallaron la respuesta de repente, pronunciaron “¡eureka!”, y hablaron de inspiración.

Así, comienza el taller. Expectativas: quizás la pintura automática; y pensamos orgullosos en los artistas Surrealistas, auto-máticamente excluidos.

Pero la ciencia puede ser liviana y ligera. El inconsciente colectivo es otro tema. Apunto la definición dada por Pilar en mi folio triste y doblado: suma de todos los inconscientes de todas las criaturas a lo largo de toda la historia. Levanto la cabeza. ¿Qué hacen esos 15 libros que tomé prestados de la biblioteca montando pila en mi cuarto? En mi cabeza tengo toda la información de la historia de la humanidad.

Lo inconsciente, a veces, funciona como una narración.

Ponerse delante de un folio en blanco no es fácil. Estoy despierta y atenta. Sí lo es, en cambio, cerrar los ojos en la oscuridad cuando ya no quieres saber nada más del día y que entonces las imágenes empiecen a fluir. Todas las ideas emergen en este momento. Todos los recuerdos, toda la lógica; justo cuando estoy soñando que mis pies, que son mis manos, hablan y gritan con pintura sobre un lago cuya superficie recorro sin hundirme. En realidad, estaba diciendo cosas muy serias, muy elocuentes.

Mientras observaba a la alumna de enfrente la analicé sin pensar. Apliqué todos mis prejuicios y estereotipos, y sobre ellos siempre había un estrato en mi mente que se auto corregía, “consciente” de la pura realidad. Lo que llamamos consciencia es la barrera, la verdadera mentira.

Nunca estamos completamente atentos. Cada información da origen a una idea, a un recuerdo en el que nos sumimos profundamente y del que salimos sin darnos cuenta al instante, recuperando la posición para sobrevivir instintivamente. Levanto la cabeza para encontrar la palabra exacta, y pierdo la inspiración.

Todo lo que he pensado solo duró cinco minutos, y había llegado incluso a analizar y encontrar respuesta a algunos de los mayores problemas de mi vida.

María Álvarez Estévez