*Este artículo fue publicado originalmente en el blog del Cosmonauta.

Vamos a tratar de imaginar la siguiente escena:

Un hombre entra en una tienda de electrodomésticos y pregunta por una lavadora. Un empleado le muestra varias, hasta que el hombre escoge una de ellas y, aunque cree que el precio no es el mejor, es lo suficientemente barata como para decidirse a comprarla.

Cuando saca el dinero de su cartera, el empleado sonríe y le dice que, por desgracia, no puede comprarla en ese momento. La lavadora no está “disponible”, aunque el hombre la tiene delante suyo. El empleado cortesmente le pide que vuelva dentro de tres meses.

Cuando el hombre, enfadado y frustrado, sale del centro comercial, encuentra una lavadora en un callejón. Es el mismo modelo que iba a comprar. Está usada y en peores condiciones, pero funciona, y mejor aún, es gratis y está disponible en ese momento.
El hombre se la lleva a casa contento y, por supuesto, jamás regresa al centro comercial a hacerse con la lavadora que estaba dispuesto a comprar.

Esto, aunque suene estúpido, es exactamente lo que está ocurriendo con la industria del cine. Durante muchos años, los distribuidores y los exhibidores decidían cómo se iban a proyectar sus películas. O para ser más exactos, las películas de los productores y los directores.

Tenían un poder en sus manos que les permitía decirle a los espectadores, a su antojo, dónde, cuándo y cómo verlas: Primero en los cines durante unas semanas. En dvd unas semanas después. En TV un año más tarde.
Tenían el poder de la escasez.

Cuando un producto es escaso, el precio se incrementa y las trabas para comprarlo aumentan. Son las reglas básicas del mercado: oferta y demanda.

Pero hace unos años ocurrió algo. Algo que transformó el mundo entero, desgarró industrias por completo e hizo que mucha gente se posicionase: O en el paradigma antiguo o en el nuevo. En el lado de aquellos que, eventualmente, van a ser erradicados del mercado porque no tienen nada que ofrecer que pueda competir en él, o en el lado de aquellos que se adaptaron, que crearon nuevas estrategias y que, en algún momento, encontrarán un nuevo mercado, una nueva escasez, una nueva manera de hacer dinero.

Lo que ocurrió fué Internet. Y lo cambió todo.

De repente, las películas estaban disponibles el mismo día y en diferentes plataformas y, al tiempo, la tecnología permitía la réplica infinita prácticamente a coste cero.

Volviendo a nuestro ejemplo, imagina que lo que le ocurrió a ese hombre le pasa a cualquiera que quiere comprarse una lavadora. Imagina que una infinidad de lavadoras usadas apareciese en centros comerciales y callejones y que a la gente que no le importa tanto la calidad tuviese la oportunidad de llevarse una a casa.
El mercado de lavadoras, con toda probabilidad, acabaría desapareciendo.

Por supuesto, hay cuestiones a tener en cuenta: ¿Que ocurriría si todas las lavadoras que hay en el callejón hubiesen sido robadas?

Eso es lo que la industria del cine lleva diciendo desde hace cinco años. Han hecho todo lo que está en sus manos para demostrar que todos los usuarios de internet que se estaban descargando películas, estaban descargándose películas robadas. Han denunciado, han extorsionado, han presionado… y probablemente tengan razón… excepto por un detalle: una película no es un objeto físico.

No estamos hablando de propiedad física, sino de propiedad intelectual. Y aunque la industria trate de probar lo contrario, no son lo mismo. Por eso no está legislado de la misma forma y por eso las cosas no funcionan igual dependiendo de si estamos tratando una u otra.

Pongamoslo así: Imagina que alguien inventa una máquina maravillosa capaz de replicar objetos. Imagina que lo hace a coste cero (el único coste sería la electricidad necesaria para hacer que la máquina funcione). Imagina que esta máquina es capaz de producir miles y miles de copias de una lavadora, gratuitamente.
Si un hombre compra una lavadora, hace miles de copias prácticamente a coste cero, y las pone en callejones de centros comerciales y tiendas… si esas lavadoras no fuesen robadas sino copias del original…¿sería eso ilegal?

Probablemente no, a no ser que el diseñador de la lavadora reclamase que se han violado sus derechos de propiedad intelectual, por copiar el diseño. Pero los dueños de las tiendas poco podrían decir al respecto y, de nuevo, estaríamos hablando de propiedad intelectual, no física.

Así que lo mínimo que podemos asegurar es que aquí tenemos un conflicto. La propiedad intelectual nació hace casi cuatrocientos años para proteger los derechos de reproducción cuando se inventó la imprenta. Pero en ese caso, los libreros tenían en sus manos un arma poderosa: la escasez.

Todo libro tenía un coste de producción para poder, más o menos, controlar el mercado. Ahora, la tecnología nos ha hecho avanzar y permite producir recursos infinitos sin prácticamente coste alguno. Ahora todo el mundo tiene acceso a libros, películas y música. El problema es, de nuevo, que si tienes una lavadora y te la quito, no tienes ninguna. Pero si la copio, ambos tenemos una. No has perdido nada, pero ambos podemos tener una lavadora.
Así que probablemente, por un lado, hay un problema moral: si tuviésemos la posibilidad de copiar un trozo de pan, ¿no merecería la pena alimentar al mundo? Si tuviésemos la oportunidad de vivir mejor y ser capaces de reproducir miles de objetos de manera infinita y gratuita, ¿no merecería la pena para que la humanidad viviese mejor?
Por otro lado, hay un problema de compensación: si puedes hacer copias infinitas, gratis, ¿cual es la motivación para que un inventor cree objetos nuevos, para que los diseñadores diseñen, para que los creadores creen? Tiene que haber un modo para que se les compense por el esfuerzo. Para pagarles a ellos y los medios que necesitan para hacer su trabajo. ¿Pero es la propiedad intelectual la mejor manera de conseguirlo?

De la manera en que han ido la cosas y la felicidad con la que todo el mundo ha aceptado la idea de descargarse películas sin, aparentemente, problemas morales, parece un modelo que, bueno, ha funcionado en el pasado, pero ya no. Es el paradigma antiguo.

Ahora, que tenemos la oportunidad de mostrar nuestras películas a una audiencia de dos mil millones de personas en cuestión de segundos, sin apenas coste alguno. Ahora,que podemos conectar con ellos, ofrecerles valor añadido, pedirles su opinión, pedirles dinero para que financien nuestros proyectos y tener libertad creativa. Ahora que podemos inventar nuevas formas para monetizar nuestro contenido, o monetizar otras cosas aparte del contenido (¿recuerdas? ¡la escasez!). Ahora que tenemos la oportunidad de usar estas herramientas para conseguir cosas mejores, para ser mejores, para tener  más cultura y crear más cosas que nunca, con más recursos y menos costes.
Ahora… ¿no sería un buen momento para cambiar el paradigma? ¿Para crear uno nuevo? Soltar lo viejo e inservible y aprovechar un mercado nuevo que ya no se basa en controlar el momento en el que los usuarios son capaces de ver la película, o las copias numeradas que existen de la película o el dvd, sino que se basa en las relaciones personales (artista y fan, conectados, sin intermediarios), basado en el valor añadido, en experiencias únicas.

Claro que hay un conflicto. Industrias enteras están desapareciendo lentamente. Mucha gente va a perder su trabajo. También se crearán nuevos puestos. Y es aterrador. Todo cambio lo es.

En mi opinión, es hora de dejar de quejarse y empezar a hablar del futuro.

Porque todo ha cambiado.

Nicolás Alcalá