Texas, con unos 26 millones de habitantes, es el segundo estado más poblado de Estados Unidos, con una población que ha ido creciendo de forma constante en los últimos 60 años. Frente a las tradicionales visiones europeas acerca del sur de los Estados Unidos, Texas es un lugar bastante más diverso de lo que se piensa: en su seno se encuentran algunas de las ciudades más pobladas del país, como Houston, San Antonio, Dallas, El Paso, Fort Worth o Austin, que además de centros económicos lo son de investigación y desarrollo (no en vano, la tasa de desempleo del estado está un 1% por debajo de la media nacional).

texas-255x300
Fuente: http://www.frankchambers.com/2011/12/death-and-texas.html

Políticamente, tal y como sucedió en otros estados sureños que pertenecieron a la Confederación durante la Guerra de Secesión, el Partido Demócrata fue absolutamente hegemónico hasta bien entrado el siglo XX, si bien a partir de la introducción de la Ley de Derechos Civiles (bajo la administración de un tejano, el Presidente Johnson), una mezcla de oposición a dicha ley, conservadurismo social, ascenso de la nueva derecha cristiana y una visión fiscal ortodoxa fue calando en los tejanos trabajadores blancos, que fueron alejándose de los demócratas. La figura de Ronald Reagan, que trató de vincular dichos atributos directamente al Partido Republicano, galvanizó ese voto conservador hasta hacerlo mayoritario, de tal modo que desde que Jimmy Carter ganase en 1976, ningún otro presidente demócrata ha contado con los votos de Texas en las elecciones presidenciales. A nivel estatal sucede algo similar, si bien ese “realineamiento” sureño tardó más por los intentos de los demócratas tejanos de distanciarse del stablishment nacional: en 1994, Ann Richards, gobernadora demócrata, perdió la reelección ante G. W. Bush, y los candidatos demócratas al Senado no han vuelto a vencer desde 1993.

El peso demográfico de Texas ha garantizado, desde los años ochenta hasta hoy, un cierto equilibrio de poder en las elecciones presidenciales, que eligen al presidente no por voto directo sino a través del mecanismo de colegio de compromisarios (cada estado tiene un número de delegados según su población, y el ganador en ese estado se lleva todos los delegados, que lo votan posteriormente). California (el estado más poblado) es sólidamente demócrata desde hace más de veinte años, lo que asegura siempre un gran número de compromisarios a los demócratas, al igual que hace el tercer estado más poblado, New York y el quinto más relevante, Illinois. Otros estados muy poblados y, por tanto, muy necesarios para lo victoria, son swing states, como Florida, Ohio o, en menor medida, Pennsilvania. De ahí la importancia de Texas, que, actualmente, con sus 38 votos electorales, se encuentra en el lado seguro republicano.

No obstante, los números no auguran un futuro brillante para los republicanos: Texas es, después de Nuevo México (swing state que ya una gran mayoría de analistas ubican en el lado demócrata) el estado donde más población latina hay en términos porcentuales (el 37’6%), y el segundo, tras California, donde más población latina hay en términos absolutos (hay unos nueve millones y medio de hispanos). Como hemos mencionado en anteriores entradas, la gran baza de la estrategia demócrata ha sido ser sostenida por una suerte de alianza de minorías. El sector mayoritario de la nueva población de Texas (siendo Arizona un caso similar) se englobaría dentro de este perfil minoritario: latinos, jóvenes, residentes en ciudades y de religión católica o similar. La tendencia creciente continúa, y parece que medidas por las que la administración Obama ha dejado parte de su rédito político en muchas partes del país, como la reforma sanitaria o la actual reforma migratoria, en tramitación actualmente, podrían fidelizar e incluso aumentar el sesgo demócrata de la población de origen hispano que, no en vano, ha crecido un 43% en Estados Unidos entre 2000 y 2010 (un 42% en Texas) y, en las elecciones ganadas por Obama en 2008 y 2012 votó demócrata en un 67% y un 71%, respectivamente, lo que nos indica que el apoyo que Obama consiguió entre la población hispana en 2008, lejos de ser casualidad, se confirma.

Todo esto puede verse en diferentes procesos electorales: en el año 2000, la candidata republicana al Senado, Hutchinson, dobló en votos a su rival demócrata, con un 32’5% de ventaja. En el 2006, la misma candidata ganó de nuevo ante su rival demócrata, pero con un margen algo más estrecho aunque todavía impresionante: un 25’7%. En 2012, tras la retirada de Hutchinson, el candidato conservador (apoyado por el Tea Party) de orígenes hispanos, Ted Cruz, mantuvo ese escaño para la bancada republicana, pero “solamente” 16 puntos porcentuales por encima de su rival, lo que nos indica que en tres campañas senatoriales consecutivas el margen de victoria republicana se ha reducido a la mitad. En el caso de las elecciones para elegir gobernador observamos una tendencia similar: en 2002, tras sustituir a un George W. Bush que había ganado las elecciones presidenciales en el año 2000, Rick Perry ganó a su rival demócrata por 18 puntos porcentuales. Las elecciones de 2006 no pueden contarse, puesto que la presencia de dos candidatos independientes escindidos de los grandes partidos y muy populares desvirtúan los resultados, pero en las elecciones de 2010, en plena ola del Partido Republicano (GOP) a escala nacional (recordemos que recuperó el control de la Cámara de Representantes y multitud de legislaturas estatales), Rick Perry ganó a su rival por 12 puntos porcentuales, esto es, con clima nacional muy favorable, obtuvo peores resultados que en 2002. Las primeras encuestas relativas a los próximos comicios para gobernador de 2014 muestran que Rick Perry podría ser derrotado por su rival de 2010, el demócrata Bill White.

El Partido Demócrata, a través de la iniciativa política denominada “Battleground Texas”, está tratando de aplicar acciones políticas sobre el terreno que ya les han dado excelentes resultados en swing states como Nevada, Colorado, Nuevo México u Ohio: por un lado, campañas masivas de registro de votantes (para poder hacer efectivo el derecho de sufragio activo en Estados Unidos hay que pedirlo expresamente, al contrario de lo que ocurre en España), centradas en los colectivos minoritarios que generalmente no han tenido acceso a la información o a la formación en procesos electorales; por otro, la confección de una red muy numerosa de activistas de base que, con ayuda de grandes bases de datos que permiten segmentar votantes, puedan hacer campaña casi personalizada por diferentes vías; por último, una fuerte campaña para expresar la importancia de todo tipo de elecciones y no sólo de las presidenciales (en las que los latinos, en particular, y las minorías, en general, tienden a votar menos), con reclutamiento de candidatos y candidatas incluido. El objetivo es simple: convertir un estado sólidamente republicano en un swing state a medio plazo, y en un blue state (el azul es el color oficial del partido demócrata) a largo plazo.

La cuestión, como dicen ciertos estrategas republicanos, no es si Texas será un estado demócrata, sino cuándo lo será. Hay quien habla de las próximas elecciones a gobernador en 2014. Los hay, también, que ponen la fecha de las presidenciales de 2016. Mi opinión es que, a pesar de que hoy alguna encuesta realizada da como ganadora en Texas a Hillary Clinton en 2016 (lo que supondría un vuelco tras 9 elecciones presidenciales votando republicano), los números no son tan sólidos como para hablar de un efecto tan rápido: los votantes latinos de Texas son algo menos demócratas que los del resto del país, el número relativo de latinos que acuden a votar es menor que en otros estados y, en cualquier caso, la ventaja numérica obtenida en votos en 2012 por Romney sobre Obama fue de 1.300.000 votos (con la dificultad que supone revertir dicha cifra). En todo caso, este cambio en la configuración política de Texas, ceteris paribus, se convertiría en una verdadera muralla para los republicanos: la suma de votos electorales de California, Texas, New York e Illinois aportaría 142 votos electorales, más de la mitad de los necesarios (270) para convertirse en Presidente de los Estados Unidos. La década de 2020 en adelante, con los correspondientes cambios en el censo, supondrán el mantenimiento, el triunfo o la supremacía de la estrategia latina demócrata. Pero no antes.

José Antonio Gil Celedonio