“Creo que es apropiado que tome unos pocos minutos para explicar la legislación en español, un lenguaje que ha sido hablado en este país desde que misioneros españoles fundaron San Agustín, Florida, en 1565″

Timothy Michael Kaine, senador demócrata por Virginia – 11 de junio de 2013

Primer discurso completo en español en la historia del Senado de los Estados Unidos de América

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Fuente: Logo del Año Iberoamericano de los Museos celebrado en 2008

La lengua castellana es hablada por más de 50 millones de personas en los Estados Unidos. Hace ya tres años que Filipinas reintrodujo el español en su sistema educativo. Y si miramos al resto del mundo, tenemos que el castellano es la segunda lengua materna más hablada tras el chino mandarín según la revista Ethnology.

Estos datos, unidos a la aprobación el pasado año de la Carta Cultural Iberoamericana, convierten a Iberoamérica en una región global calificada como primera potencia cultural, teniendo el liderazgo absoluto la lengua castellana. Pero resaltando también la importancia global creciente del portugués y sin olvidar la promoción de las diversas lenguas presentes en sus territorios, desde el catalán al quechua y pasando por el euskera o el aimara, entre otros.

Sin embargo, siguen existiendo potentes movimientos que insisten en fomentar términos que esconden intenciones ocultas: desestabilizar el surgimiento de la potencia cultural global iberoamericana. A nadie sorprende que la diplomacia francesa se alarme ante la caída en picado de francófonos en todo el mundo. El español es cada vez más escogido en institutos y universidades extranjeras frente a la lengua de Molière. A pesar de seguir siendo lengua cooficial de la Unión Europea junto con el inglés, los altos dirigentes del Quai d’Orsay saben que el francés retrocede imparablemente en favor del español.

Por eso, se aferran en el uso y abuso del término “Latinoamérica”, por otro lado erróneo, ya que técnicamente abarcaría del Québec a Rumanía. Sin embargo, y conscientes de ello, lo fomentan entre algunos países iberoamericanos. Mientras que en Chile o Uruguay jamás consentirán definirse como “latinos”, otros, como Colombia (donde los políticos y empresariado francés siguen gozando de una influencia notable) siguen empeñados en defender su latinidad, desligándose de su iberismo. A Francia le sale bien la jugada, haciendo flojo el sentimiento de pertenencia a Iberoamérica, y los lazos de la península Ibérica con sus pueblos hermanos.

Hay que ser claros: el término “latinoamericanos” no sirve para cohesionar, sino para dividir y hacernos débiles a todos. Además de desgajar a la península Ibérica de una manera fantasiosa, ni siquiera sirve para identificar a los diversos pueblos de América de fuerte herencia íbera.

También los anglófonos tienen miedo. El estupendo negocio que tienen montado con miles de puestos de trabajo para sus hablantes, así como las editoriales, universidades, cursos de verano y correctores de exámenes tiemblan ante el posible cambio de tendencia a favor del español como lingua franca global. El Reino Unido, con la ayuda de algunos sectores de los Estados Unidos, tiene el objetivo claro de frenar este avance a toda costa. A nadie extraña la política de no reconocer la oficialidad del español en numerosos estados y/o condados estadounidenses donde ya es más hablado que el inglés. El racismo hacia algunos iberoamericanos en ciertos estados sureños sigue siendo un grave problema, a veces instigado irresponsablemente por algunos políticos.

No se nos olvide que la primera medida que tomaron los EE. UU. al arrebatar Filipinas a España en 1898 fue la de prohibir el español (hasta dicho momento, lengua oficial) y enviar a 3000 profesores de inglés para borrar cualquier rastro de la lengua de Cervantes del archipiélago más grande del mundo.

De sobra es sabida la influencia histórica de los británicos, y posteriormente estadounidenses, en las repúblicas centroamericanas, donde también promueven al máximo el latinoamericanismo, intentando desligar a esta zona del proyecto iberoamericano. Y en el Caribe, más de lo mismo, donde incluso tienen a uno de los Estados caribeños “asociado” a sus EE. UU.: Puerto Rico, al que han conseguido mantener fuera de la Secretaria General Iberoamericana hasta el momento.

Sin embargo, las cosas están cambiando en la aún hoy primera potencia mundial. El pasado 11 de junio el senador demócrata Tim Kaine hacía historia durante el debate de la reforma migratoria realizando el primer discurso íntegramente en español pronunciado en la cámara alta estadounidense. Y lo hizo, dijo, “porque personalmente hablo español de forma más frecuente en mi día a día en Virgina”.

El mundo que habla español ha construido una normativa de consenso, donde se reconocen formas, giros y normas de todas las modalidades de la lengua. La Real Academia Española de la Lengua lleva años en esta labor, dando cabida a académicos de todas las procedencias, de ambos lados del hemisferio. La cohesión normativa, por tanto, es total. Algo de lo que por desgracia no gozan aún otros idiomas como el árabe, excesivamente fragmentado éste en sus diversas modalidades nacionales, que le impiden crecer como lengua global fuera de su ámbito natural de influencia.

Por su lado, el ruso sigue estancado, perdiendo terreno en los antiguos Estados donde hace unos años era lingua franca. El inglés le pisa los talones y la juventud prefiere la lengua de Shakespeare a la de Chéjov. El ejemplo más claro es Polonia.

¿Y que decir del chino mandarín? La República Popular China lleva unos años desplegando una de las mayores campañas de diplomacia cultural jamás realizadas. Organismos públicos como Hanban, están financiando sedes del Instituto Confucio en todas las ciudades del mundo que pueden. Dan becas para que cualquier extranjero que lo desee pueda pasar estancias en China para mejorar en el estudio en esta milenaria lengua. Y los exámenes oficiales HSK son realizados cada vez por un mayor número de estudiantes de todo el mundo. Sin embargo, la enorme dificultad que entraña el aprendizaje del chino ralentizan la capacidad de dominio de esta lengua por parte de aquellos que alguna vez la hemos estudiado. Por eso su expansión es muy lenta, a pesar de la enorme financiación que el gobierno chino ha dispuesto.

Es decir, que con un francés que no deja de retroceder, un inglés que parece empezar a estabilizarse y estancarse, un árabe y ruso paralizados y un chino que crece demasiado despacio, tenemos al español imparable junto con el portugués expandiéndose a un ritmo respetable: Iberoamérica tiene una fuerza cultural, por tanto, envidiable.

Es urgente una mayor cohesión y coherencia en la promoción de este tesoro comunicativo que poseemos. Y esto sólo se podrá hacer desde Iberoamérica, unión de países que tiene en común elementos ibéricos y americanos.

Tal vez el Instituto Cervantes deba transformarse en un organismo iberoamericano, y no simplemente español como hasta ahora. Debería entonces dar cabida al portugués, pero también (como ya hace) al gallego, euskera y catalán. Y por supuesto al quechua, aimara o guaraní. Es obvio que se primaría siempre al castellano, pero compartiendo un espacio con estas otras lenguas, sobre todo en las sedes situadas en las ciudades del mundo más grandes. Esto es primordial, ya que Iberoamérica ha de construirse con todos, sin excluir ni desplazar a las lenguas presentes en nuestros territorios, de forma democrática y plural.

El mundo editorial iberoamericano también debería coordinarse mejor. Y sobre todo, debería crearse un cuerpo de correctores ligados a un exámen oficial común en lengua española, que fuera reconocido en toda Iberoamérica primero, y en todo el mundo después.

Tenemos que ser fuertes y mantenernos unidos ante los intentos exteriores de desestabilizar el proceso iberoamericano. Respetándonos mútuamente, tanto los miembros de América (mayoritarios) como los europeos somos iguales. Es cierto que tal vez llegue el momento de, en esa igualdad, reconocer que el verdadero empuje de este proceso lo lleven mexicanos y brasileños. España debe ser humilde y reconocerse en este ámbito como potencia media, con la misma humildad y prudencia con la que asumió que el liderazgo en la Unión Europea es de Francia y Alemania.

Una Comunidad Iberoamericana fuerte y unida podría llevar al español a ser la nueva lingua franca, en una competición real con el inglés, situándonos en el liderazgo absoluto del soft power. En el nuevo contexto global en el que China e India asoman sus cabezas y se postulan como nuevas superpotencias, nosotros contamos con Brasil y México. Con una lengua castellana cada vez más defendida y promocionada adentrándose en el corazón de Estados Unidos, pero también en áreas insospechadas hasta ahora, como las universidades chinas o las escuelas secundarias filipinas, la Comunidad Iberoamericana se postularía como una región global capaz de competir de igual a igual en el nuevo tablero mundial. Ahora toca eliminar nuestros prejuicios, ideologías, nacionalismos y racismos; ser realistas, y admitir la realidad de una vez por todas, reconociendo nuestro iberoamericanismo y preparárnos para actuar en el mundo del siglo XXI. El momento de Iberoamérica ha llegado.

Enric-Sol Brines Gómez