Al igual que había pasado en su momento con el gobierno franquista, la República Popular China[1] sufrió un aislamiento internacional que a la altura de los 70 amenazaba con convertirse en crónico. Dicho aislamiento se debió, según afirma Ramón Tamames “sobre todo, a la actitud de Estados Unidos de boicotear de manera sistemática la entrada de la República Popular China en la ONU desde su misma proclamación en 1949.” La situación se correspondía con un antiguo proverbio chino cuya traducción es la siguiente: “quien ha puesto la campanilla en el cuello del tigre, será la misma persona responsable de quitarla”. Siguiendo el paralelismo, el país americano se convirtió en la clave para revertir el aislamiento chino.

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A partir de finales de 1968, la China Continental crecía a una velocidad sorprendente, con una vocación explícita de participar en la sociedad internacional. Ante esta circunstancia, la actitud de la potencia norteamericana hacia la China comunista también se fue flexibilizando poco a poco. De hecho, los Estados Unidos pusieron fin en 1971 al embargo económico que pesaba sobre China y que había comenzado en 1950 bajo una lógica muy precisa: desde la óptica americana una China más fuerte podría ser más eficaz para resistir a las tropas soviéticas, en un momento en el que se estaba produciendo un progresivo alejamiento entre las dos potencias comunistas: China y la URSS. Sin embargo, esta actitud no significaba un cambio esencial de postura hacia el poder comunista chino, motivo por el cual el acercamiento entre China y los países europeos es algo que, a la altura de 1970, todavía “sigue inquietando a la opinión norteamericana[2]”. En esta coyuntura, el gobierno español se mantenía en la línea del de Washington.

Entre los temas relacionados con China, existían dos particularmente complejos que los diplomáticos estadounidenses y españoles siempre intentaban tratar con la más absoluta sutileza: la propuesta de las “dos Chinas” (la República Popular China y Taiwán) y la cuestión de representación de la República Popular China en las Naciones Unidas.

Respecto al primero, a principios de los 70 era evidente que la política de las “dos Chinas”, que Estados Unidos propugnaba no era viable, especialmente después de que quedara patente la postura innegociable tanto de China como de Taiwán. Para los diplomáticos de la época estaba claro que no se podía obviar el hecho de que “Pekín es tan intransigente con relación a su reivindicación de Taiwán como lo es Taipéi en el mantenimiento de sus derechos sobre el Continente[3]”.

La España de Franco se comportaba como fiel aliado de la potencia norteamericana; no en vano, como podemos ver en la Nota Informativa secreta del Ministerio de Asuntos Exteriores (número 173), se explica que a España le interesaba la misma política de las “dos Chinas” propuesta por Estados Unidos, la cual significaba una buena combinación entre dos posturas aparentemente antagónicas. Dicho informe, además, añade al respecto de este tema, que España mantendría esta postura “mientras los Estados Unidos estén decididos a jugar esta carta[4]”.

En relación a la representación de la República Popular China en las Naciones Unidas, España en un principio sigue la postura de su aliado estadounidense, pero finalmente y a pesar de que los estadounidenses votaron en contra, se abstuvo en la votación de la Resolución 2758 de la Asamblea General de las Naciones Unidas. Posteriormente, el ministro de asuntos exteriores español López Bravo, explicaba así su posicionamiento: “España se abstuvo de votar con ocasión de celebrarse la votación en las Naciones Unidas que admitió a Pekín, porque no entendimos bien la postura norteamericana referente a una doble representación de China en la ONU.[5]

La política exterior de España en la época de Franco, que durante los años setenta seguía obviamente alineada con los Estados Unidos, al mismo tiempo que intentaba mantener su posición dentro de la órbita del “amigo americano”, también estaba esforzándose por abrirse en sus relaciones. Así, el gobierno de Madrid debió interpretar con cierto agrado los pasos hacia la China Continental hechos por Estados Unidos en los meses posteriores a la votación en la Asamblea de las Naciones Unidas, entre los que se incluyeron los siguientes hitos:

-Abril de 1971: un grupo de jugadores americanos de ping-pong visitan a China como invitados;

-Junio de 1971: Henry Kissinger, asesor de Seguridad Nacional de EE.UU., llega a Beijing en misión secreta.

-21 al 28 de febrero de 1972: Ricard Nixon visita China y firma con el gobierno chino el llamado Comunicado de Shanghái, que supuso de manera oficiosa el inicio de la normalización de las relaciones con la República Popular.

Durante esta histórica visita, se planteó la necesidad de establecer contactos diplomáticos, como paso previo para una eventual retirada de las tropas americanas de Taiwán. Con este fin, se crearon oficinas de enlace en Pekín y Washington en 1973. Este acontecimiento fue considerado como el “punto crucial” en la historia de las relaciones sino-occidentales: muchos países que por motivos diversos habían mantenido una actitud fría, incluso hostil, hacia China, empezaron a normalizar sus relaciones con Beijing siguiendo la estela marcada por Estados Unidos; entre ellos, España.

Culminación del largo proceso

Después de mantenerse bastante tiempo en una espera silenciosa y una observación cuidadosa de lo que sucedía a nivel internacional, para el gobierno español por fin había llegado, a la altura de 1973, la hora de sacar conclusiones. De esta forma, el ministro español de Asuntos Exteriores, D. Gregorio López Bravo, daba un paso adelante declarando ante unos cincuenta periodistas extranjeros que “España desea mantener relaciones con todos los países, cualesquiera que sean sus regímenes políticos y, naturalmente, con la República Popular China.[6]

Como primer gesto de esta “aventura diplomática”, el Ministerio de Asuntos Exteriores decidió establecer un Consulado General de España en Hong-Kong para sustituir el Consulado honorario. En el mismo momento en el que Madrid daba este tímido paso, el acercamiento entre Beijing y Washington hizo sentir a los diplomáticos españoles que, “la posibilidad de que los Estados Unidos establezcan relaciones diplomáticas con China en un próximo futuro disminuye a los ojos de Pekín el significado político de la apertura de nuestro Consulado[7]”. Frente al gesto de España, China tuvo una reacción rápida y positiva. Así, se dio la curiosa paradoja de que un Estado asiático comunista y otro europeo de raíz nacional-católica y anticomunista pudieron establecer relaciones diplomáticas con las mínimas discusiones, sin tener que forzar demasiado su maquinaria internacional, y en un tiempo sumamente corto. En este sentido, los protocolos del 9 de marzo de 1973 supusieron que, después de tanto tiempo de indiferencia y aislamiento mutuo, la República Popular China y el Reino de España comenzaron unas relaciones que en el presente año cumplen cuatro décadas.

Huiling Luo

[1] En adelante, emplearemos los términos República Popular China, China comunista, China Continental o China, a secas, de manera indistinta para la oficialmente denominada República Popular China.

[2] Ver el informe enviado por Jaime Arguelles a Subdirección General de Asuntos de América del Norte y Extremo Oriente, el 9 de noviembre de 1970, Washington, en AMAE- SGAANEO, nº1394, 1972, R-12462, expediente-29.

[3] Ídem.

[4] Ídem.

[5] Ver el informe de Oficina de Información Diplomática, Teletipos, en REANCE PRESSE, Chi 9,60, 21 de enero de 1972, Tokio, en AMAE-DGREI, 1971-1972, R-12462, expediente 46.

[6] Informe de la Oficina de Información Diplomática, Teletipos, en REANCE PRESSE, Chi 9,60, 21 de enero de 1972, Tokio, ibídem.

[7] Ver NOTA INFORMATIVA (SECRETA) de 27 de Agosto de 1971, AMAE-SGAANEO, nº173.