Mientras la atención del mundo parece centrarse en el golpe de Estado en Egipto y en el uso de armas químicas y una posible intervención internacional en Siria, Libia está pasando desapercibida en el momento de su peor crisis política y económica desde la derrota de Muamar el Gadafi hace ahora dos años. La autoridad del nuevo gobierno surgido tras las elecciones de julio de 2012, encabezado por el primer ministro Ali Zeidan, se está desvaneciendo a lo largo del país, llenando de dudas a los defensores de la acción militar de la OTAN en Libia en 2011, que consideraban que ésta fue un ejemplo sobresaliente de una intervención militar extranjera, y que debería repetirse en Siria.

Bandera tricolor de Libia
Fuente: www.tikkun.org

La Primavera Árabe y la caída del dictador Gadafi no han traído la paz a Libia, sino todo lo contrario. La debilidad del gobierno central, la policía y los militares es manifiesta, y en el país reina la inseguridad. La verdadera autoridad la ejercen las milicias que actúan fuera de la ley en cada uno de los rincones del país, y que hacen y deshacen a su antojo sin que desde Trípoli, la capital, se pueda hacer nada para evitarlo. Y es que a pesar de que la intervención de la OTAN contra Gadafi fue justificada como una respuesta humanitaria a la amenaza que suponía el dictador, ahora la comunidad internacional parece ignorar la escalada de violencia que está azotando el país.

Del mismo modo, las protestas populares contra dichas milicias se han encontrado una respuesta violenta, tal y como quedó patente el pasado mes de junio cuando 31 manifestantes fueron asesinados y muchos otros resultaron heridos mientras protestaban en Bengasi. El presidente, Ali Zeidan, parece tener claro el origen del problema al afirmar que “el estado de tensión en Libia es debido a la proliferación incontrolada de armas entre los ciudadanos, como consecuencia del levantamiento armado que estalló en 2011 contra Muamar el Gadafi”. Y es que Libia vive un auge de la violencia tras la repartición de los arsenales militares de Gadafi entre las distintas milicias que combatieron a su régimen, unido a la reciente fuga de 14.000 presos de las cárceles que ha ahondado más aún en el caos social.

Además, la crisis económica en la que está sumergida Libia vive uno de sus puntos más álgidos pues el país ha detenido casi por completo la producción de petróleo, que ha caído a una décima parte, pasando de 1,4 millones de barriles por día a principios de este año a sólo 160 mil barriles al día en la actualidad, lo que le está acarreando miles de millones de dólares en ingresos perdidos al gobierno libio, contribuyendo a un alza en los precios globales del crudo en los últimos meses. Esta situación se debe principalmente al bloqueo de oleoductos y puertos de distribución de petróleo, el principal recurso económico del país, en el Mediterráneo, por parte de trabajadores, guardias de seguridad y grupos armados, que piden cambios laborales y políticos, descontentos por los bajos salarios y la presunta corrupción del nuevo gobierno, acusado de comercializar el crudo fuera de los canales habituales, algo que la National Oil Company (NOC) niega que haya sucedido. Pero a pesar de las amenazas de usar la fuerza militar para recuperar los puertos petroleros, el gobierno de Trípoli ha sido incapaz de moverse con eficacia para resolver la situación, y se ha visto obligado a importar diesel y petróleo para contrarrestar los crecientes cortes energéticos.

En definitiva, vemos que la situación en Libia no pasa por su mejor momento, y que la incertidumbre a la hora de gestionar el cambio hacia la democracia en el país sigue, todavía hoy, dos años después del derrocamiento de la dictadura, más que patente. No parece fácil la idea de llevar a buen fin la propuesta del presidente libio, Ali Zeidan, de realizar un amplio diálogo nacional con cabida para todos los sectores de la sociedad en busca de nuevas ideas con las que superar esta situación de inestabilidad, permitiendo la creación de un nuevo Estado cimentado en principios democráticos que garantice la paz nacional. Pero fácil o no, está claro que la situación en Libia pasa por establecer las bases de una cooperación social, económica y política entre todos los agentes implicados en el conflicto que permita a esta atormentada región ver alguna luz en el horizonte.

Javier González