Con anterioridad a la publicación del Manifiesto Comunista en 1848, otros autores, además de Karl Marx y Friedrich Engels, teorizaron acerca de una organización de la sociedad basada en la igualdad y en la cooperación entre iguales. Aunque dichos autores no pueden ser llamados socialistas, si nos remitimos a la acepción del término que está vigente hoy en día, si plasmaron algunas ideas, tales como el valor moral de la colaboración entre los hombres, la dignidad del trabajo y la redención de la clase trabajadora que, serían tomadas en cuenta posteriormente por parte de Marx y Engels para construir la teoría socialista.

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Estas teorías socialistas primitivas, que fueron denominadas como utópicas por el activista y revolucionario francés Louis Auguste Blanqui en 1839 y posteriormente por los propios autores del Manifiesto Comunista (con la finalidad de diferenciarlas de la teoría por ellos expuesta), han llegado a nuestros días bajo la nomenclatura de Socialismo Utópico, siendo Saint – Simon, Charles Fourier y Robert Owen, sus principales exponentes.

En primer lugar vamos a centrarnos en Saint – Simon, cuya doctrina no puede considerarse socialista por el simple hecho de que la organización social que propone se basa en la acción voluntaria y no en la acción del Estado. Para Saint – Simon, la construcción de una nueva sociedad no implicaba una lucha de clases entre proletarios y burgueses, sino que consideraba que ambas clases estaban unidas en base a un interés común, formando un grupo que el denominaba como “los industriales”, el cual, se oponía al grupo de “los ociosos”, bajo el cual se agrupaban los nobles y militares.

Partiendo de esta confrontación, Saint – Simon, que sentía una fuerte aversión por los desórdenes causados por las revoluciones y guerras, consideraba que había llegado la hora de que “los industriales” arrebataran el poder a “los ociosos”, de manera que se organizase una sociedad que promoviese el bienestar de, en palabras del autor, “la clase más numerosa y pobre”. Propugnaba, por lo tanto, una nueva sociedad donde no concurría ningún elemento democrático y donde, a su parecer, los guías de los trabajadores serían los grandes industriales, teniendo una gran relevancia los banqueros, ya que éstos serían los encargados de otorgar crédito a la industria.

En la nueva sociedad propuesta por Saint – Simon también había lugar para los artistas y los sabios, los cuales se encargarían de aconsejar a los industriales en la dirección de las finanzas. Pero tampoco debemos obviar la religión, puesto que el teórico francés defendía la existencia de un nuevo cristianismo que dirigiese la educación y estableciese un código de conducta para la nueva sociedad, cuya base sería la fe en Dios como legislador supremo del universo.

Podemos observar, en conclusión, cómo en la teoría de Saint – Simon no existe el antagonismo entre proletarios y burgueses que alimentó al socialismo científico; sin embargo, encontramos elementos interesantes, tales como el deber esencial de trabajar para el hombre, así como el reconocimiento de éste en base a los servicios prestados, y la construcción de una sociedad planificada que se encargara de organizar el uso de los medios de producción.

El siguiente de los teóricos utópicos es Charles Fourier, quien partía del concepto del individuo y de la búsqueda de su felicidad, por lo que estimaba fundamental que los hombres considerasen el trabajo como algo agradable y atractivo y que estos viviesen junto con sus familias en comunidades pequeñas, de unas 1.600 personas, en las que habría edificios dotados de servicios comunes, de manera que las necesidades de cada uno de los individuos pudiese ser atendida. En estas pequeñas comunidades, que Fourier llamó falansterios, la agricultura sería considerada como la ocupación principal de los hombres y existiría un elemento innovador en cuanto a la organización del trabajo. Dicho elemento era la prohibición de que ningún individuo tuviera una sola ocupación, de modo que a través de la rotación voluntaria en los puestos de trabajo, los trabajadores nunca sentirían, en palabras de Fourier, “el fastidio del esfuerzo monótono”. Pero el hecho de que se rotase en los puestos de manera voluntaria, hacía florecer la duda acerca de quienes debían encargarse de realizar los trabajos más desagradables. La propuesta de Fourier era simple, al igual que los niños disfrutaban jugando y ensuciándose, disfrutarían llevado a cabo los trabajos más sucios y desagradables.

A pesar de la peculiar visión que Fourier tenía respecto del trabajo infantil, existen elementos en su doctrina que profundizaban en la construcción de la sociedad que proponía, tales como la no aceptación de una igualdad completa entre individuos, pues consideraba que esto iba en contra de la naturaleza humana, la equiparación entre sexos e incluso una propuesta de federación de los distintos falansterios que se fuesen constituyendo, los cuales compondrían una estructura federal que sería dirigida por una única figura que recibiría el nombre de “omniarca”.

A pesar de lo utópico de la propuesta, hay un elemento de la doctrina de Fourier que destaca sobre los demás: se trata del intento de adoptar las instituciones al actuar de los individuos, los cuales a través de la rotación voluntaria de los puestos de trabajo serían más productivos; por otra parte, encontramos elementos que distan de la concepción actual de socialismo, como es la negación de la igualdad completa entre individuos.

El último de los utópicos que vamos a analizar es Robert Owen, el cual, debido a la experiencia que atesoraba como consecuencia de su contacto directo con las fábricas de Manchester, admiraba las posibilidades técnicas de la revolución industrial, pero se oponía taxativamente a las consecuencias sociales de ésta.

Pero más allá del contexto industrializador, las ideas de Owen giraban en torno a dos elementos: el carácter del hombre y la teoría del valor – trabajo. El primero no solo era entendido como un conjunto de cualidades del individuo, sino también como la estructura de ideas y el conjunto de valores morales. Consideraba el teórico que el carácter de un hombre era lo fundamental en una sociedad y que, en la sociedad capitalista industrial, dicho carácter se había moldeado por dos factores: la iglesia cristiana, por influir en la formación del carácter de los hombres y la competencia, por deformar dicho carácter. El segundo de los elementos, la teoría del valor – trabajo establecía que el valor natural de las cosas hechas por el hombre variaba en función de la cantidad de trabajo incorporada a ellas, de manera que el trabajo pudiera medirse en unidades de “tiempo de trabajo”.

Aunque en un primer momento las ideas de Owen no iban más allá de la formulación de propuestas que sirvieran para remediar la falta de trabajo, pronto comenzaría a proponer la creación de comunidades en las que mediante la educación y la eliminación de la sociedad industrial capitalista, se crease un orden social nuevo. De hecho, una comunidad “oweniana” fue creada en Estados Unidos por el propio Owen. Conocida como “New Harmony”, en el Estado de Indiana, esta comunidad atrajo a muchos colonos, pero la falta de preparación y de aptitudes necesaria por parte de éstos, condujo al fracaso total del proyecto.

Basta leer detenidamente las propuestas de cada uno de los autores para señalar que los tres teóricos utópicos plasmaron ideas claramente diferenciadas, pero a pesar de contar con elementos distantes del socialismo científico, tales como la unión bajo un mismo grupo de proletarios y burgueses, la rotación voluntaria de puestos de trabajo o la negación de la igualdad completa entre los individuos, sentaron las bases de principios que posteriormente fueron utilizadas por Marx y Engels, como el ataque frontal a la competencia, o la presentación de una teoría del valor – trabajo, que a la postre, llegaría a ser la base del sistema de marxista.

Enrique Roldán Cañizares