Los anaqueles de la democracia venezolana
No me preocupó el llamado que hizo el Presidente de Venezuela, Nicolás Maduro Moro, a vaciar los anaqueles de una cadena comercial de electrodomésticos, lo que me preocupó (y profundamente) fue que la orden resultó acatada. Ello coloca en evidencia que la condición de civil no es algo permanente y deja entrever la existencia de un problema que rebasa incluso a la educación.
La exagerada simplificación del espectro político y sus soluciones no ha dejado de ser uno de los instrumentos del actual gobierno, que pese a intentar mantener el apellido socialista no puede ocultar su nombre populista. La consigna de un “precio justo” ha proporcionado una nueva válvula de escape a las presiones con las que tiene que lidiar el gobierno actual, el cual sigue apostando a la puesta en marcha de medidas populares como soporte del mismo.
El populismo, tema tan manido, siempre trae consigo la reflexión del lugar en que logra surgir, las condiciones que lo potencian y la oferta de justicia que se dispone a desplegar. El tema del populismo parece seguir cargando con el peso de varias etiquetas y prejuicios en torno a su trazado intelectual, las cuales acababan por sintetizarlo en: manipulación de las masas. Hoy en día, un fenómeno que es elegido como opción política en distintas partes del mapa exige más revisión y menos etiqueta.
Tal y como sostiene Paul A. Taggart, el populismo posee una naturaleza camaleónica ya que proyecta el contexto donde se desarrolla, es decir, sus condiciones. El “Socialismo del siglo XXI” supo hacer suya varias circunstancias que garantizaron la popularidad y permanencia en el poder de Hugo Rafael Chávez Frías durante 14 años, y hoy intentan mantener a su sucesor, Nicolás Maduro. Entre los varios aspectos que constituyen el andamiaje de estos dos gobiernos populistas, me referiré sólo a dos de ellos, por ser sus vertebradores. El primero de ellos está relacionado con la ruptura de un statu quo brindado por la renta petrolera: “El Caracazo” (1989).
La historiadora Margarita López Maya en múltiples artículos ha abordado el cuadro venezolano para ese entonces, relatando que lo que comenzó como una crisis económica a finales de los 70 acabó por convertirse en una crisis social. Ante la caída del ingreso fiscal las élites comenzaron a cortar la distribución de los ingresos económicos hacia abajo, disminuyendo también la distribución hacia las clientelas de los partidos políticos. Pero ello no era lo más grave de la caída de los precios del petróleo, sino la ausencia de un modelo alternativo que sustituyera al estado todopoderoso petrolero: no sabían qué hacer.
El malestar social no tardó en estallar ante el “paquetazo” económico que impuso el gobierno de Carlos Andrés Pérez, siendo la desconfianza en las élites políticas su mayor acervo. Hugo Chávez gana las elecciones en 1998 con la oferta política de romper con el pasado, con su estructura y sus actores, con las élites políticas que se mantuvieron bi-alternantes en el poder durante 40 años. Pero estos hechos tampoco actuaron de forma aislada, ya que entraron en combinación con un segundo aspecto de este andamiaje populista: el trazado de una identidad.
El sociólogo Darcy Ribeiro, que se dedicó al estudio etnológico entre indígenas, construye una serie de categorías interesantes para explicar cómo se dio la interacción entre los pueblos indígenas y los conquistadores, entre ellas figura la de los “Pueblos Nuevos”. Bajo esta etiqueta reúne a los pueblos desheredados de su acervo original tras la conquista. Se trata de pueblos que no poseen un pasado para construir un futuro; lo único con lo que cuentan es con el porvenir. Y dentro de estos “Pueblos Nuevos” se encuentra Venezuela.
Esto último es muy importante, porque allí donde yace la necesidad de un elemento cohesionador surge un caldo de cultivo para el populismo. Hugo Chávez no sólo se presentó como ruptura con los esquemas de gobierno anterior, sino que también construyó una historia y una identidad para el pueblo venezolano. Los anclajes de esta identidad se situarían en la figura heroica de Simón Bolívar como el libertador del pueblo venezolano y como modelo de justicia que reivindica el pago de una deuda.
Tras la política del “precio justo” de Nicolás Maduro yacen no sólo oportunistas (los cuales son muchos) sino también, aquellos que han quedado movilizados por este marco de justicia que ha creado el gobierno bolivariano. Dentro de éste, la recuperación de lo que se debe como propio y con ello la vuelta a las manos de sus “verdaderos propietarios”: el pueblo, en constante lucha con el remanente de las élites. Pero lo que esconde toda esta construcción es una sustitución de una élite por otra, bajo el amparo de una justicia que sólo toma en cuenta como responsable a lo externo pero nunca interpela al ciudadano. El porvenir es algo que le queda pendiente a este relato de identidad incompleto, un relato que debe poner a interactuar el conflicto social con una ciudadanía más responsable.
Mariana González Trejo