Han pasado ya tres años desde que se iniciaran las revueltas árabes de 2011 que pusieron “patas arriba” los hasta la fecha bastiones inexpugnables de algunos regímenes autoritarios del Magreb y se extendieran por el mundo árabe.

 Su importancia no sólo radica en el interés que siempre despiertan (o debieran despertar) los procesos de cambio político, sino que nos atañen muy especialmente por tratarse de la ribera sur del Mediterráneo y el impacto que ello tiene para Europa, y muy especialmente para los países de la ribera norte. Es precisamente por ello por lo que desde Europa los medios de comunicación mantienen cierto grado de seguimiento. Pero no existe ese seguimiento tan pormenorizado en lo que atañe a los países del Golfo, los cuales quedan algo más alejados de nuestros intereses inmediatos, y cuyas revoluciones han tenido un alcance más limitado.

Es por ello que el objeto de este post es el de hacer un somero análisis del impacto del 2011 en los países miembros del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG). Aunque el alcance de dicho impacto ha sido limitado debido a la naturaleza autoritaria y el relativo bienestar económico de los regímenes, resulta no sólo apreciable sino relevante por la importancia que esta serie de países poseen a nivel geopolítico.

Para empezar, una cuestión que conviene aclarar es la terminología: “Primavera Árabe” es una acepción que conviene desechar del vocablo político. Como explica Rami G. Khouri, resulta un término Occidental que trata de describir “transición”. Sin embargo, los propios árabes hablan de estos procesos como “revolución”, “intifada”, “despertar” o incluso “renacimiento”. Por ello, aunque términos como “revolución” o “protestas” no sean los más apropiados dadas sus connotaciones negativas, resultan más adecuados que “primavera”.

Aclarada la terminología, y ahora ya “metidos en harina”, ¿cuáles son las causas que han motivado este repentino despertar árabe? Existe un factor estructural que ha hecho estallar estas revueltas populares tras la gestación, durante años, de un caldo de cultivo: En primer lugar, la composición demográfica de los países del Magreb. Según un informe de Naciones Unidas sobre la población juvenil en la zona Oriente Medio y Norte de África, la población con edades comprendidas entre 15 y 24 años representa el 37% de la población total en el Norte de África, el 15% en la Península Arábiga y el 48% en Oriente Medio. A ello hay que sumar las altísimas tasas de desempleo juvenil: un 24% en el Norte de África y un 23% en Oriente Medio. En segundo lugar, y como consecuencia de lo anterior, el extenso uso por parte de los jóvenes de las ventajas de conexión que ofrece la web 2.0 y las redes sociales, en cuanto a comunicación, información y organización. En tercer lugar, la acción de diferentes acciones de asociaciones y ONG’s para el cambio, como la asociación egipcia Al-Baradei o la asociación Kefaya, en oposición a los regímenes dictatoriales y en pos de un sistema más democrático, unido además con la aparición en la escena de los Hermanos Musulmanes en Egipto.

La auto inmolación del tunecino Mohamed Bouazizi en diciembre de 2010, debido a la penuria económica que vivía, prendió la mecha que rápidamente se extendió desde Túnez hacia Marruecos y Egipto en el Mediterráneo, llegando al Golfo y Oriente Medio (Omán, Yemen y Siria) en enero de 2011, y a Libia y Bahrein el mes siguiente. Siria, Libia, Bahrein y Yemen han sido los ejemplos más sangrantes de las revoluciones árabes, ya que los altos mandos de las Fuerzas Armadas son en su mayoría familiares o están íntimamente ligados a las familias que ostentan el poder (habiendo sido Egipto la excepción). Ello ha conllevado una gran represión y violencia en contra de los opositores y los civiles en situación de protesta, deviniendo en una guerra civil en Libia, y en el complejo y brutal conflicto sirio. Desde entonces, han caído dirigentes en Egipto (Mubarak, quien llevara 30 años en el poder), Libia (Gadafi, 42 años), Túnez (Ben Ali, 24 años), y Yemen (Abdullah Saleh, 34 años).

Ante este panorama, vemos que con excepción de Yemen, el resto de regímenes de países miembros del Consejo de Cooperación del Golfo han sobrevivido a las protestas, conservando a sus dirigentes. Ello es debido a la gran diferencia de rentas y a la protección estatal de sus propios ciudadanos en materia económica, así como al apoyo por parte de los medios de comunicación (Al-Jazeera, cuya sede y fuentes de financiación son sitas en Qatar) o incluso la censura. Así, incentivos económicos, cobertura mediática favorable al régimen y censura han sido los principales factores que han favorecido un efecto más limitado de las protestas.

Sin embargo, Arabia Saudí, Kuwait, Bahrein y Qatar no se han visto exentos de las oleadas de protestas, y las particularidades de las mismas irán siendo desgranadas en próximos análisis.

Diana Barrantes