La Administración Obama ha despertado numerosos debates en su política exterior a lo largo de sus dos mandatos.

Algunos de los aspectos más polémicos de la misma son la supuesta existencia de una “doctrina Obama”, su retirada de escenarios como Afganistán o Irak, los interrogantes acerca de su postura en la llamada “Primavera Árabe” o incluso la supuesta continuidad de la política exterior que el presidente Bush había tenido en su segundo mandato.

Sin embargo, uno de los principales mitos de los últimos tiempos ha sido el llamado “giro hacia el pacífico” del presidente estadounidense. No faltan bases para pensar de esta manera. Cuando uno lee la propia biografía de Obama, antes de lanzarse a la lucha por la presidencia, él mismo reconoce que su infancia en Indonesia marcó la forma que tiene de entender el mundo. De igual forma, este giro ha sido confirmado en diversos artículos y documentos estratégicos.

En su discurso de Tokio de 2009, Obama se presentó como el “primer presidente del Pacífico”.  En la Cumbre de Copenhague de 2009, los objetivos finales de la misma son pactados con un grupo de potencias emergentes conocido como BASIC –Brasil, Arabia Saudita, Suráfrica, India y China- dejando así al margen a los europeos. En la Estrategia de Seguridad Nacional de 2010, los aliados europeos y asiáticos son puestos en el mismo nivel a la hora de alcanzar objetivos concretos en materias como la democracia o los derechos humanos. En un famoso artículo de 2011 en Foreign Policy, Hillary Clinton expone la aparición de un “Siglo del Pacífico en Estados Unidos”. En la Quadrennial Defense Review de 2012, dicha estrategia se hace expresa y los conflictos existentes en el mar del sur de China, en los que algunos de los aliados más estrechos de Estados Unidos como Japón o Corea del Sur se han visto implicados, parecen haber acelerado su puesta en marcha.

Diferentes escritores como James Mann o David Sanger, han confirmado los planteamientos recogidos en los citados discursos y en los documentos estratégicos. De tal forma, el primero plantea cómo los Obamians, esto es, los asesores más jóvenes que rodean al presidente estadounidense y que son sus más estrechos colaboradores, consideran que las potencias emergentes, no son tales, sino que son en realidad potencias que habrían emergido de manera definitiva. De igual modo, Sanger plantea en su obra cómo uno de los puntos principales y más destacados de las aportaciones de esta Administración a la política exterior estadounidense es precisamente el de su política asiática. 

En realidad, la relación de Estados Unidos con el Pacífico y el propio continente asiático viene de lejos. Así, el Comodoro Perry fue el que consiguió a mediados del siglo XIX la apertura de un Japón feudal que muy pronto se vería inmerso en la Revolución Meiji; igualmente, la guerra contra España les permitiría apoderarse de la colonia de las islas Filipinas; además, no debemos olvidar la intervención estadounidense en China junto con otras potencias para reprimir el alzamiento de los Bóxers; otro aspecto a destacar es la conquista de Hawai; asimismo, es digno de mención el exitoso proceso de nation-building en Japón tras la II Guerra Mundial; por último, y no por ello menos importante, la presencia actual, como señala Richard Haass, cada vez más destacada de ciudadanos estadounidenses de origen asiático que no comparten necesariamente los vínculos identitarios que las elites White Anglo-Saxon Protestant (WASP) de la Costa Este mantienen con Europa.

Esta estrecha relación que quedaría incluso mencionada dentro de la famosa doctrina del Destino Manifiesto, sin embargo, también ha sido considerablemente más polémica que su modalidad atlántica en muchos aspectos. No es posible olvidar cómo, precisamente, uno de los grandes fracasos de la modalidad universalista de la doctrina de la contención establecida por el presidente Truman en 1947, fue el de calcular equivocadamente y mediante una cuestionable interpretación de la teoría del dominó cuáles eran los intereses realmente en juego. De tal forma, si los intereses estratégicos estadounidenses durante la Guerra Fría eran como una pirámide, Europa estaría en la cima junto con México y América Central, Oriente Próximo se situaría en el medio y el Lejano Oriente sobre la base.

Pese a todo, los neorrealistas como John J. Mearsheimer han defendido la aplicación de esta nueva estrategia, preocupados por el ascenso de una China que está en la búsqueda de convertirse en el hegemón regional y la consiguiente respuesta de algunos de los principales aliados estadounidenses como Japón, que está incrementando su presupuesto militar, creando un consejo de Seguridad Nacional y estableciendo un ejército digno de tal nombre. La situación de Asia Oriental recuerda cada vez más a la de la Europa de finales del siglo XIX y principios de XX con una serie de equilibrios de poder cuidadosamente establecidos, pero en los que China lleva la iniciativa de manera destacada.

Con todo, esta estrategia sigue sin estar establecida de manera clara. A pesar del ligero incremento en la presencia estadounidense y del fortalecimiento de la marina en la región, nuevos problemas en regiones clave como en la que se produjo la “Primavera Árabe” o el conflicto de Crimea están detrayendo la atención de lo que sucede en el Pacífico. Asimismo, la estrategia infunde temores en aliados tradicionales como los europeos, en los que la Administración Estadounidense tiene que seguir apoyándose para hacer frente a crisis tan relevantes como las de Libia o Siria; como muestra del interés, se ha abierto una negociación ambiciosa que debería llegar a la firma de un ambicioso Tratado Transatlántico de Libre Comercio.

Es posible que el reiterativo “giro hacia el Pacífico” no cumpla con los elevados estándares que la retórica presidencial pone de manifiesto. Sin embargo, la presencia estadounidense será necesaria para mantener una cierta estabilidad en una región tan relevante para los EEUU y donde las incógnitas –particularmente, el de la propia estabilidad política, económica y social del régimen chino- superan a las certezas. Esta estrategia -de hacerse efectiva-, sin embargo, no debe llevarse a cabo a expensas de la presencia estadounidense en otras zonas relevantes para sus intereses vitales como Europa o el Próximo Oriente.

Como el propio Barack Obama plantea en su discurso, está en el interés estadounidense una mayor presencia europea en Asia. Sería interesante que los propios líderes europeos tomasen el testigo con el objetivo de potenciar la influencia europea en regiones emergentes, en lugar de lamentarse por la falta de atención o interés de unos Estados Unidos que, al igual que China, saben jugar a la geopolítica mucho mejor que ellos.

Juan Tovar