“Europa nacerá cuando los españoles digan “nuestro Chartres” y los ingleses “nuestra Cracovia”, y los italianos “nuestra Copenhague; y cuando los alemanes digan “nuestra Brujas”.

Entonces Europa vivirá, porque el espíritu que guía la Historia habrá pronunciado las palabras creadoras: Fiat Europa [Hágase Europa]” (Salvador de Madariaga, Congreso de Europa, La Haya, 1948)

Las elecciones al Parlamento Europeo, celebradas entre el 22 y el 25 de mayo, dejan un titular claro: los partidos europeístas siguen siendo mayoría en la Eurocámara, pero retroceden, y lo hacen ante partidos populistas y contrarios al proceso de construcción comunitaria. El Partido Popular Europeo (PPE) y los liberales bajan; los socialistas y los verdes crecen pero de forma insuficiente, mientras que también experimentaron un importante aumento electoral el grupo de la Izquierda Unitaria (obteniendo un sonoro triunfo en Grecia con la Coalición Radical de Izquierdas “Syriza”) y los no adscritos. Pero el aumento más espectacular es el de partidos eurófobos como el UKIP en Reino Unido –rompiendo el bipartidismo entre laboristas y conservadores hegemónico desde hacía un siglo- y de la extrema derecha, que gana en países promotores de la construcción europea como Francia y en otros Estados como Finlandia o Dinamarca, siendo la segunda fuerza política en naciones como Hungría. Ello, unido a la –de nuevo- alta abstención, supone un nuevo aviso de la ciudadanía europea a sus élites políticas. Por tanto, se puede decir que un fantasma recorre Europa. Un fantasma cargado de desilusión, de apatía y, en el peor de los casos, de intenciones perversas y contrarias a la paz, la estabilidad y la unión que hemos construido entre todos en los últimos cincuenta años.

¿Y qué ha ocurrido para que hayamos llegado a esta situación? Europa, un continente lastrado hace setenta años por la guerra y por permanentes conflictos, así como por la división hasta hace apenas dos décadas, es hoy el espacio del mundo en el que mejor se conjugan valores como la libertad, la paz y la cohesión social. Sin embargo, la idea de Maurice Schuman, de Jean Monet, de Konrad Adenauer, de Paul-Henri Spaak o de Alcide de Gasperi, los “padres fundadores de la UE”, de resolver los desencuentros entre países del Viejo Continente mediante la cooperación, la política y el diálogo está más en entredicho que nunca, tal y como demuestran las recientes elecciones al Parlamento Europeo. Es hora de reaccionar y para hacerlo debemos comenzar haciendo autocrítica. ¿Hay una adecuada concienciación sobre lo que representa Europa? Los jóvenes de mi generación nunca hemos vivido una guerra a gran escala entre países europeos; además, salvo por los libros de Historia, ni siquiera nos acordamos de la división provocada por la Guerra Fría, y hay una creencia generalizada de que la paz y la libertad de la que disfrutamos a día de hoy los ciudadanos comunitarios han sido una constante en la historia del Viejo Continente. Sin embargo, nada más lejos de la realidad. No hay más que visitar cementerios como en Normandía -con miles de seres humanos enterrados bajo otras tantas miles de cruces- o ver los restos del felizmente derribado Muro de Berlín para tomar conciencia de ello. Y es que, punto número uno: ni las élites nacionales ni europeas han sabido transmitir la suficiente cognición en torno a uno de los grandes éxitos colectivos de la historia mundial, como es el proceso de construcción de la actual Unión Europea.

En segundo lugar, muchos ciudadanos piensan que la Unión es algo que “está bien”, pero no se comprometen, no luchan por mejorarla y muestran un completo desinterés, lo cual es un grave error. Somos muchos los ciudadanos que, desde nuestro profundo europeísmo, criticamos el actual funcionamiento de la UE; ello se demuestra en iniciativas con las que muchos simpatizamos, como la plataforma “CC/Europa”, que, desde su transversalidad -en el más amplio sentido de la palabra- supone en España un soplo de aire fresco para defender que haya no sólo “más Europa” sino “mejor Europa”. Una baja participación, como la que hemos tenido en los comicios celebrados este pasado fin de semana, no favorece la legitimación de una mayor y mejor construcción europea. Los ciudadanos no tienen constancia de la importancia de las decisiones que se toman en la Eurocámara, porque cuando votan en otro tipo de elecciones, sienten que están eligiendo un alcalde, un presidente de su región o, incluso, al jefe de Gobierno o de Estado de su nación. Sin embargo, en los comicios al Parlamento Europeo perciben que no hay nada en juego; y si la falla entre representantes y representados es grande en el resto de niveles políticos, la misma es todavía mayor en el caso del hemiciclo de Estrasburgo. Los ciudadanos sienten que eligen una cámara parlamentaria que -hasta ahora- no ha tenido poderes para elegir un auténtico Gobierno comunitario. A ello hay que unir la escasa confrontación mediática existente entre los partidos europeos, olvidando que Europa se construyó para fabricar consensos y para llegar acuerdos beneficiosos para los ciudadanos; porque en Estrasburgo y Bruselas, pese a la siempre exasperante burocracia, suele haber altura de miras y una mayor búsqueda de acuerdos parlamentarios. Eso, electoralmente, no vende ante una ciudadanía acostumbrada a la visceral discordancia política en sus respectivos Parlamentos.

Asimismo, se ha hecho una campaña electoral, en casi todos los países, pensando en una perspectiva más nacional que europea. ¿Alguien ha explicado a los ciudadanos de la UE, y en particular a los ciudadanos españoles, la trascendencia de los comicios del 25 de mayo? ¿Se ha incidido en que el 70% de la legislación española deriva de Directivas comunitarias? ¿La ciudadanía de a pie ha escuchado que gracias al Tratado de Lisboa en vigor, el Parlamento Europeo tendrá poder de co-legislación junto al Consejo Europeo y al Consejo Ministros en cuarenta nuevos temas decisivos para nuestra vida cotidiana y para la reglamentación de nuestras instituciones como la inmigración, la energía, la agricultura, los asuntos de justicia e interior, etc.? ¿Alguien ha explicado que, aunque está por confirmar, el candidato del grupo mayoritario en la Eurocámara partía con todas las papeletas para ser el futuro presidente de la Comisión? ¿Alguien ha recordado que Europa es nuestra moneda común, son nuestros tipos de interés, son nuestras becas Erasmus, nuestros Fondos de Cohesión y nuestra Política Agraria Común, entre otras muchas cosas? Me atrevería a decir que estas elecciones eran más importantes que unos comicios legislativos nacionales, a pesar de la percepción entre la población y las élites políticas, que han ido justo en sentido contrario.

No cabe duda: Europa está en una encrucijada, en un turning point. El Viejo Continente se enfrenta a múltiples desafíos en este mundo globalizado, que sólo se pueden resolver desde una escala supranacional. En primer lugar, pues estamos ante un claro paradigma: los Estados-nación europeos son demasiado pequeños como para competir en el actual escenario internacional frente a los BRIC (Brasil, Rusia, India y China), los países del resto del eje Asia-Pacífico y de las naciones de América Latina, zona esta última en la que España tiene mucho que decir. En segundo lugar, otro gran reto es el envejecimiento demográfico; los europeos somos cada vez menos en número y somos más viejos; en cambio, los países en alza, son más jóvenes, son cada vez más numerosos y más competitivos. A ello hay que unir un tercer desafío: la dependencia energética de la Unión Europea respecto a Rusia o los países árabes, lo que, aparte de las consecuencias geopolíticas que ello supone –y que se aprecian en crisis como la de Ucrania-, lastra la competitividad de nuestras economías. Afrontamos, pues, una serie de retos en los que juntos podemos actuar de forma coordinada y salir más reforzados. Necesitamos ser más competitivos (I+D+i) y estar más y mejor unidos. ¿Nadie ha llegado a pensar que fuera de Europa hace “demasiado frío”?

En definitiva, la construcción europea es un ejemplo de proceso exitoso y casi inédito en la Historia Universal, del que, sin embargo, la ciudadanía de la UE muestra signos de fatiga y hastío. Haber enfocado sobremanera estos comicios en clave nacional ha favorecido no sólo la abstención sino la derrota de la mayor parte de los partidos gobernantes europeos –con las excepciones de Alemania, Italia y España-. La dura crisis económica que atraviesa el Viejo Continente, más una profunda desconfianza en las instituciones, han demostrado ser un auténtico cóctel explosivo. Paradigmático ha sido el caso no sólo de Grecia –donde los neonazis son la tercera fuerza política- sino también del Reino Unido –donde el triunfo del UKIP, rompiendo el bipartidismo tradicional, ha sorprendido a pocos en un país tradicionalmente poco apegado al europeísmo-. Pero todavía es más preocupante la victoria del ultraderechista Frente Nacional en Francia, sobre el centro-derecha (UMP) y el gobernante Partido Socialista; de nuevo, factores internos se han manifestado clave para interpretar este resultado: la depresión económica y la falta de perspectivas de mejora en la creación de empleo, la falta de liderazgo del presidente Hollande, las impopulares políticas de recortes del Gobierno Valls y una UMP descabezada por distintos escándalos, han dejado “vía libre” a que el partido eurófobo de Marine Le Pen haya obtenido una atronadora victoria en uno de los países impulsores del proyecto de construcción comunitaria.

¿Y ahora qué? Pues, en primer lugar, se pone en marcha la maquinaria comunitaria para elegir al presidente de la Comisión Europea entre el Parlamento y el Consejo Europeo. En principio, el candidato del PPE, Jean-Claude Juncker, cuenta con todas las papeletas para el cargo por pertenecer al grupo mayoritario de la Eurocámara. Pero ni siquiera esto está claro. Los ciudadanos europeos piden bienestar social, honradez e interlocución. Es por ello que la mejor cura contra el populismo y el extremismo que amenazan la construcción europea son: las políticas de crecimiento y de creación de empleo; una competitividad basada en una mayor apuesta por las exportaciones, la sociedad del conocimiento y el mercado digital único; y la política “con mayúsculas”, que venza el recelo y el alejamiento del eurodiputado para con el ciudadano al que representa. Ahora bien, ¿tenemos líderes a la altura de este momento histórico para la construcción europea, como fueron los “padres fundadores” de Europa u hombres como Jacques Delors, impulsor de la actual UE?

Afirmaba Georges Santayana que “los pueblos que no conocen su pasado están condenados a repetirlo”. Convendría, pues, no olvidar de dónde venimos para no ignorar a dónde debemos dirigirnos. No es la primera vez que la construcción europea entra en crisis. Pero de todos nosotros depende que, siguiendo los designios de la Historia, la UE y los valores humanistas que representa salga reforzada una vez más de este grave trance que amenaza con romper sus cimientos. Aprendamos la lección que nos dio Schuman hace apenas unas décadas: “Europa está buscando; sabe que tiene en sus manos su propio futuro. Jamás ha estado tan cerca de su objetivo. Quiera Dios que no deje pasar la hora de su destino, la última oportunidad de su salvación”. Por eso, es necesario, hoy más que nunca, exclamar en voz alta un fuerte “¡Despierta, Europa!”

Francisco José Rodrigo Luelmo