“Nada ha sido más fácil de destruir que la privacidad y la moralidad privada de gente que sólo pensaba en salvaguardar sus vidas privadas” (Hannah Arendt)

Una sociedad que deja de interrogarse sobre los problemas que la aquejan se abandona a sí misma y resigna su capacidad emancipadora. La validación de lo injusto que puede brindar un planteo o lógica cerrada puede únicamente postergar la solución a un problema que, sin resolverlo, es descartado como daño colateral o insumo no deseado. Por ejemplo, en el discurso económico, la eficiencia es un concepto ambiguo que se define según los intereses que se busquen resguardar. La eficiencia puede significar en términos microeconómicos o empresariales despidos y reducciones de salarios; paradójicamente, en términos macro, la no utilización o despilfarro de esos recursos por una economía con tasas de desempleo antisociales es, también, evidentemente, ineficiente. ¿Dónde se ponen los límites? ¿Qué queda afuera y qué adentro?

Empecemos aclarando. Cuando se ponen en juego intereses, la economía meramente descriptiva se convierte en política económica. La clarificación preliminar del lenguaje es una exigencia fundamental del pensamiento filosófico moderno. Sabemos que en lo que a la política se refiere, el discurso está condicionado por el lenguaje que se debe utilizar. Las palabras están “cargadas” con un significado que designa al mismo tiempo un hecho y un valor (por ejemplo “libertad” e “igualdad”). Pero vemos también que palabras más propiamente económicas como “eficiencia” pueden también ser incluidas en esta categoría aunque dichas por economistas se presumen, a priori, objetivas, científicas y se levanta una barrera tecnocrática que dificulta su cuestionamiento.

Veamos un poco más de cerca la raíz de la oposición entre ciencia y opinión. El planteo racional moderno supone una razón que es sólo relativa a sí misma. La perdida de toda referencia pareciera ser asumida como adultez y la libertad es comprendida como uso de la propia razón sin nada que la condicione. En este plano de abstracción, lo justo se vuelve en el mejor de los casos una valoración que busca desprenderse de toda sensibilidad, no lo consigue del todo ya que la “justicia” se asume en última instancia (aunque no siempre) como problema político y afectado por preferencias, gustos y opinión. En el peor de los casos se cristaliza como fórmula pretendidamente objetiva con una deriva política autoritaria y cuyo producto es la soberbia del auto-fundamento que, a fuerza de negación, impide integrar una realidad que toca a su puerta cada vez con mayor fuerza, en forma de desigualdad  y exclusión social.

La humanización de la política es un reclamo urgente frente a la presión que ejercen grupos económicos concentrados que se han apropiado de los fines políticos hacia los cuales la economía y la sociedad deberían encaminarse. Para ello resulta necesario recomponer el sentido ético de la justicia. Si prestamos atención percibiremos que vivimos sumergidos en una concepción que entiende lo ético como problema de la individualidad de cada sujeto. Esto se traduce como cuestión moral relegada al interior de cada individuo que vive encapsulado en su autonomía de la voluntad. Este aislamiento individualista se asocia también a la idea de autosuficiencia. Sin ir más lejos el Estado moderno se crea como ficción a partir de la cesión de libertades individuales que son completas en sí mismas, autosuficientes. Así lo público, lejos de  suponer el ámbito en el cual las libertades se armonizan y se amplían con las del otro, se entiende como un espacio de restricción o cesión de parte de mi libertad individual. En esta lógica, lo público únicamente recibe sentido desde lo privado.

El derecho y la economía. Ambas disciplinas están obligadas a justificarse para mantener su poder social como disciplinas útiles a la hora de explicar los problemas sobre los que habría que actuar. Esa justificación se alimenta a partir de pretensiones de cientificidad, es decir  mediante la medición y el cálculo como fórmulas de predicción. Así, derecho y economía, se insertan en lo formal y se desentienden de los contenidos y al hacerlo se desprenden de lo prescriptivo, de la idea de lo justo que, como ya adelanté, queda relegado como una cuestión política. A su vez, la política es abandonada poco a poco, y por ser esencialmente materia opinable se supone, equivocadamente, menos importante, porque a fin de cuentas todos podemos opinar. La política queda reducida y es utilizada como mera técnica que posibilita un control formal. Es vista como metodología, se vuelve menos normativa y más descriptiva, a tono con la idea de cientificidad busca convertirse más en ciencia política y menos en filosofía política.

La economía, como así también el derecho, sufren de un exceso de positividad formal. En otras palabras, ambas disciplinas han renunciado a los ideales rectores para encontrar su validez en lo institucional, en lo positivo, la validez de lo fáctico que resulta incuestionable. Los únicos juicios de valor que pueden pronunciar son “si A, entonces B”. Cuentan con sus respectivos instrumentos para abordar las cuestiones positivas estimando, calculando y midiendo, pero ni los economistas ni los juristas pueden dar una respuesta “correcta” a dilemas que entrañan valores sociales y políticos. Se trata de cuestiones normativas que implican deliberación, argumentación y requieren de una responsabilidad social y política. Asumir esa responsabilidad supone traspasar los obstáculos que mentalmente nos han/hemos impuesto  respecto de la falta de alternativa, que no es otra cosa que relegar la libertad y por lo tanto la responsabilidad de adueñarse del propio destino.

El mensaje entrelíneas que se recibe cuando el “no hay alternativa” se repite como un mantra por parte de los gobiernos es en realidad “sálvese quien pueda”. Cuando las tasas de desempleo que ponen en riesgo la cohesión social se asumen como un castigo merecido o como un ineludible sufrimiento social se está abdicando de toda solidaridad, de todo esfuerzo colectivo. La atomización del mercado se traslada a la política y el miedo se privatiza…las soluciones son individuales para quien pueda encontrarlas.

Diego Abad Cash