“Our problems are man-made therefore they may be solved by man. No matter of human destiny is beyond human beings”, John F. Kennedy.

La democracia no se agota en el régimen político sino que se extiende (o no) a otras dimensiones de la vida social y política. En Latinoamérica esa profundización de la democracia no puede ser otra que la encaminada a terminar de una vez con la brutal desigualdad aún existente. En los últimos años se ha visto cómo un proceso político que tuvo como nota común en gran parte de los países del cono sur la mayor intervención del Estado en la economía ha conseguido disminuir los niveles de pobreza. A pesar de esto, la desigualdad sigue siendo la principal amenaza para consolidar el terreno ganado y los derechos conquistados.

América Latina se encuentra en la encrucijada, puesto que es un sujeto cuya constitución ontológica se encuentra todavía inacabada. Para conseguir una constitución de los pueblos, que no sea un mero documento escrito, sino que se manifieste en el plano social, político y económico, es imperioso que la legislación apunte a sujetar a los poderes salvajes a los que no les preocupa la seguridad jurídica sino la seguridad de los privilegios. Las políticas públicas deben apuntar en dirección a asegurar la emancipación económica y cultural.

Crisis económicas mediante, hemos entendido que el discurso neoliberal se ahogó en sus propios resultados. En el camino dejó sufrimiento y miseria, pero hoy sabemos mejor que nunca que el mercado organiza económicamente pero no articula socialmente. Debemos seguir defendiendo y demandando que el Estado ponga igualdad allí donde el mercado excluye y abandona.

La lucha por la paz es una guerra que se libra, batalla a batalla, contra los poderes antagónicos que la obstaculizan a través de la presión y extorsión a la que son sometidos quienes deciden no claudicar al autoritarismo y a la sed insaciable de ganancia. Cuentan con discursos corruptos que tratan de hacer pasar como si fueran el resultado natural del mercado. Los conocemos bien, son las usinas de siempre que se ensañan con quienes resisten, es decir, con quienes se atreven a correr el manto simbólico del poder autoritario e injusto de las formas abstractas, de la legalidad vacía e insustancial.

La resistencia no es ciega y observa a su enemigo. Observa los movimientos de los poderes concentrados sujetos a la lógica cínica de las finanzas y la especulación. Los circuitos de poder mundial con sus empleados locales y la utilización de las deudas como instrumento para condicionar las políticas públicas de los países, privatizando, desarticulando y subastando el futuro de millones por los bolsillos de unos pocos.

Recorrer el mapa y la historia latinoamericana es de alguna manera verificar que existe aún un divorcio entre el sujeto cultural por un lado y el ficticio o institucional por el otro. Las instituciones jurídico-políticas están aún en proceso de reorganizar los planos económico, político y social en términos de justicia.

No hay quien necesite más de la paz que los millones de individuos que sufren la violencia de la injusticia cotidiana. Las batallas se dan en el interior de cada uno de nosotros, puesto que demanda coherencia entre reflexión y acción; y al interior de nuestras propias sociedades en el plano de la lucha discursiva entre quienes representan a los que siguen alucinados por el poder corrupto pero sistémico que apuesta por las connivencias y complicidades y quienes proponen y sostienen el derecho a la propia identidad de un sujeto ético y comprometido con su destino colectivo. Los primeros son los promotores que consciente o inconscientemente dividen para reinar en su pequeño fundo por no atreverse a pensar en algo más grande que ellos mismos. Entre los segundos habrá diferencias en el modo, en las propuestas, en las estrategias, pero no en lo sustancial.

Por eso resulta tan fundamental la educación con todo lo que de político tiene su sustancia. La neutralidad frente a la propia realidad, frente a los procesos históricos y frente a la propia cultura no tiene cabida. En palabras de Paulo Freire “…La neutralidad frente al mundo, frente a lo histórico, frente a los valores, refleja simplemente el miedo que tiene uno de revelar su compromiso. Este miedo, casi siempre, resulta del hecho de que se dicen neutros quienes están comprometidos contra los hombres, contra su humanización”.

América Latina, para acumular y continuar enfrentando los grandes desafíos pendientes, necesita acentuar las políticas de crecimiento y la redistribución del ingreso, reformando las estructuras productivas en lo necesario, desconcentrando el mercado y fortaleciendo el Estado vía la profesionalización de sus cuadros burocráticos y reubicando la atención en la escuela pública, en la formación de los educadores. Para ello es útil acentuar las semejanzas de nuestros pueblos e ir construyendo una valla protectora a sus expresiones culturales, políticas y económicas, sobre todo en coyunturas internacionales adversas.

Los problemas relacionados con la educación no son solamente problemas pedagógicos, son problemas políticos y éticos como lo son también los problemas financieros. Por eso mismo, es importante poner a la educación como prioridad política y garantizar no sólo la disponibilidad de recursos sino que además se utilicen de forma tal que procuren el mayor impacto positivo en función de los objetivos a conseguir.

Desde la libertad se parte, pero a la libertad se llega. El compromiso con esa libertad exige estar abiertos al encuentro con el otro, un encuentro ético y moral que obligue a debatir y exponer argumentos, que clarifique y ponga de relieve lo que está en juego de forma tal que salga a la superficie de lo público lo que el neo-liberalismo había confinado al ámbito exclusivo interno de la individualidad abstracta y que obstaculiza el destino real de una libertad concreta.

Diego Abad Cash