En un ambiente de crisis e inestabilidad en el panorama europeo, las pasadas elecciones del mes de mayo, las primeras tras la entrada en vigor del Tratado de Lisboa, que introdujo cambios en la composición de los órganos y dio más poder al Parlamento Europeo, fueron de las más determinantes de la historia del continente.

El Tratado de Lisboa establece en su artículo 17.7 que el Parlamento Europeo elegirá al presidente de la Comisión Europea sobre la base de una propuesta formulada por el Consejo Europeo, teniendo en cuenta los resultados de los comicios. El candidato popular, el luxemburgués Jean–Claude Juncker, fue el que recibió el apoyo mayoritario. En julio de 2014 fue elegido Presidente de la Comisión Europea, validando el esfuerzo hecho por los Spiezenkandidaten, si bien su mandato no comenzará hasta el 1 de noviembre.

Desde su elección se ha enfrentado a la complicada tarea de formar su Comisión. Uno de los puntos sobre los que había pivotado el programa del luxemburgués era la paridad; en concreto se pretendía que hubiera igual número de mujeres comisarias que de hombres. Sin embargo, a mediados de julio los planes de Juncker parecieron trastocarse. De los 28 países, tan solo tres de ellos habían presentado a mujeres para ocupar una cartera. Esto ponía en tela de juicio su anuncio de que la Comisión estaría compuesta por una cifra nunca inferior al 40% de mujeres sobre el total.

Juncker planteó entonces una estrategia de incentivos e instó a los países miembros a que presentaran a mujeres candidatas con el premio de que una cartera de responsabilidad recaería en ellas. Esta medida no fue suficiente, ya que numerosos países, entre los que se encuentran tanto España como Alemania, Francia o el Reino Unido, no siguieron sus recomendaciones y propusieron a un hombre como comisario. Finalmente se llegó a un número de 9 mujeres con cartera, exactamente el mismo que en la Comisión Barroso II, ocupando un total de dos de las siete vicepresidencias: Presupuesto y el importante cargo de la representante para la Política Exterior y de Seguridad Común, donde Federica Mogherini ocupará la posición que previamente poseía Catherine Ashton. Del mismo modo, el resto de mujeres también ocupan carteras de gran responsabilidad, como son Política Regional, Competitividad, Justicia, Mercado Interior, Comercio, Empleo y Transporte.

Algunos señalan directamente a Juncker como responsable último de la falta de equilibrio de género. No obstante, esto no parece del todo justo, ya que el político luxemburgués ni tiene la potestad de elegir a los candidatos a comisarios ni se puede decir que no hiciese esfuerzos importantes de presión a los 28. El problema se halla en motivos más profundos, no existiendo ni tan siquiera en el seno de la UE el consenso y determinación necesarios para llegar a la igualdad efectiva, como demostraron los intentos baldíos de la antigua Comisaria Viviane Reding, quien buscó impulsar la igualdad en los ámbitos público y privado, logrando unos resultados escasos.

¿Cómo solucionar esto? Una posible vía sería a “imponerles” a los Estados que presenten a una candidata mujer y a un candidato hombre al puesto de comisario (para ello, claro, habría que cambiar el procedimiento, necesitándose el acuerdo de los propios Estados); a partir de ahí, el presidente de la Comisión elegiría entre varios candidatos. Otra de las opciones sería plantear, directamente, el empleo de cupos para minimizar esta subrepresentacion. El sistema podría funcionar de la siguiente forma: por un lado, se establecería un sistema de cupos por la legislación nacional y, por otro, se crearía otro sistema que implantarían los partidos políticos.

Utilizando cualquiera de las dos soluciones aquí planteadas apuntaríamos probablemente hacia mayores posibilidades de lograr una paridad efectiva, es decir, el equilibrio entre los sexos, logrando que cada género estuviese representado al menos con un 40% en todas las instancias deliberativas, consultivas y de decisión en la vida pública.

Manuela Sánchez Gómez