Tras conocerse el resultado de las últimas elecciones al Parlamento Europeo, no hubo batalla alguna entre los Spitzenkandidaten por la presidencia de la Comisión Europea.

 Desde el primer momento, todas las miradas estuvieron centradas en el que fuera primer ministro de Luxemburgo, Jean–Claude Juncker, quien terminaría por hacerse con uno de los top jobs de la Unión Europea, una vez se aseguró su candidatura entre los jefes de Estado y de Gobierno de los 28 y se aprobó por el Parlamento el 15 de julio pasado.

Este proceso, debido al rechazo frontal por parte del primer ministro británico, no fue sencillo en absoluto dentro del Consejo Europeo. La soledad de David Cameron entre sus correligionarios europeos no era tal en la prensa de su país, y fuimos testigos de la subida de tono en un discurso que se tornaba fuertemente euroescéptico y con el que se llegó incluso a amenazar con la salida del Reino Unido de la Unión de ser Juncker el nuevo presidente de la Comisión. Sin embargo, tras su derrota en la batalla contra el político luxemburgués, parecía que Cameron trataba de suavizar el tono y también, en cierto modo, de limar asperezas con el ya nuevo presidente de la Comisión. De hecho, tras la elección de Juncker, el líder británico se apresuró a felicitarle por su victoria y aseguró que el Reino Unido y la UE aún podían trabajar juntos en aras de lograr una mayor flexibilización de esta última.

Dadas las circunstancias, y ante la amenaza del eurófobo UKIP, que ya ha logrado un escaño en el Parlamento británico, el Primer Ministro se ha esmerado en tratar de paliar los efectos de la batalla contra el presidente de la Comisión con la elección del eurófilo Jonathan Hill como comisario británico, elegido por Juncker como responsable de velar por la estabilidad financiera de la UE en la nueva Comisión. Lord Hill, a pesar de que su partido propone la celebración de un referéndum en 2017 por la permanencia del Reino Unido en la UE, se ha comprometido a trabajar porque su país se mantenga en una Unión Europea más fuerte. Con estas palabras inició su discurso ante el Parlamento Europeo el nuevo comisario de Servicios Financieros: “Sí, quiero trabajar por y para el interés común europeo y quiero también que mi país siga formando parte de una Unión de 500 millones de personas que comparten unos valores y que viven, trabajan y comercian juntas”. Además, según señala una reciente encuesta, las palabras de Hill son apoyadas por los británicos, quienes están a favor de la permanencia en la UE en el porcentaje más elevado desde 1991. Según dicho estudio, un 56% de los británicos son partidarios de que su país permanezca en la Unión, en oposición al 36% favorable al Brexit.

No obstante, Cameron sigue dando motivos para lograr que su país quede condenado a la irrelevancia en la toma de decisiones en la UE que iniciaba con la salida de su partido en 2009 del EPPpara conformar el grupo de los Conservadores y Reformistas Europeos. Así, hace un par de semanas, el primer ministro británico amenazó con no respetar, de ahora en adelante, la autoridad del Tribunal Europeo de Derechos Humanos. De igual forma, ha señalado que su Gobierno no participará en la Operación Tritón, para rescatar a inmigrantes irregulares en el Mar Mediterráneo. Por último y más relevante aún, ha rechazado el pago de los 2.000 millones que le exige la Unión debido a los buenos datos macroeconómicos del Reino Unido.

Aunque el Consejo Europeo acordó durante el pasado mes de junio que las inquietudes y demandas de Londres debían ser atendidas, no parece que los líderes europeos lo consideren una prioridad en estos momentos. En cualquier caso, parece que el primer ministro británico tiene más que perder que ganar con el euroescepticismo del que lleva haciendo gala de un tiempo a esta parte. Dadas las circunstancias, quizá debería plantearse darle a su discurso un acento más parecido al de su hombre en la Comisión Europea, Jonathan Hill, y tratar de recuperar la confianza de los 28 si no quiere que su país quede aislado en la UE.

Elisa Rodríguez