En la histórica y trágica lucha librada entre judíos y palestinos por lo que ambos entienden como su tierra sagrada, ninguna de las partes parece libre de pena ni culpa.

 Sin embargo, un estudio profundo de la historia y los hechos, e incluso un viaje a los territorios ocupados, puede darnos una perspectiva clara sobre el conflicto.

No cabe duda de que el pueblo judío sufre ataques y actos de terror perpetrados por personas o grupos palestinos concretos. Estos hechos son siempre condenados, y Gobierno y Ejército israelí bien se encargan de ejercer su justicia sin respetar los principios que en Occidente entendemos como ineludibles para alcanzar una condena justa. Más bien, elevan la vieja ley de Talión a su máximo exponente, es decir mucho más allá del ojo por ojo.

Mientras, el pueblo palestino en su conjunto es víctima, no sólo de las respuestas del poderoso Estado de Israel a estos actos, que entiende como proporcional y justa la muerte de 2.200 gazatíes (75% de ellos civiles) como respuesta al asesinato de tres judíos (por poner un ejemplo reciente), sino también de las consecuencias de un aparato de gobierno concentrado en expulsarlos de estas tierras mediante el levantamiento de un muro para aislarlos, el control y bloqueo económico y de abastecimientos, las ocupaciones, la violencia y toda clase de vejaciones a las que civiles inocentes son sometidos.

Por lo tanto, menos duda cabe aún de que Israel ejerce un abuso de poder que no hace sino aumentar el grado de amargura y rencor que acumula la población palestina hacia ellos, aumentando así a su vez la espiral de violencia contra los judíos. Es obvio que por este camino, será difícil que alguna de las innumerables negociaciones de paz, hasta ahora fracasadas, llegue a buen término.

Llegados a este punto, cabe preguntarse qué ha hecho la Comunidad Internacional y las potencias mundiales a propósito de este abuso de poder. En los últimos tiempos, y fundamentalmente a raíz de la última ofensiva de Israel contra la Franja de Gaza (la llamada operación Margen Protector), nos sorprenden nuevas voces que se alzan apoyando al maltratado pueblo palestino. Potencias como Estados Unidos o numerosos Estados miembros de la Unión Europea, tradicionalmente ciegos a los incumplimientos de la ley internacional y violaciones de Derechos Humanos perpetrados por Israel, emprenden acciones que al menos en el campo simbólico advierten un cambio de tendencia.

Me refiero con esto a las recientes votaciones parlamentarias en el Reino Unido, España, Francia o Irlanda a favor del reconocimiento del Estado palestino, o incluso al reconocimiento efectivo del Estado palestino por parte de Suecia. También es destacable el compromiso internacional de 5.400 millones de dólares para reconstruir la devastada Gaza a consecuencia de la última ofensiva israelí, el reciente viaje del Ministro de Asuntos Exteriores Español como nuevo miembro no permanente del Consejo de Seguridad de la ONU en su intención de promover la solución de dos Estados o las declaraciones de EE.UU en un tono menos condescendiente al habitualmente empleado en referencia a los últimos asentamientos de judíos programados por el Gobierno de Israel en territorios palestinos. Todo ello pone de manifiesto que al menos se comienza a dejar de mirar hacia otro lado y a cuestionar el status quo de la relación de Israel con los palestinos.

No obstante, aún podría haber sido más relevante la actuación de la Comunidad Internacional si los propios Estados Unidos no hubiesen vetado la reciente votación en el Consejo de Seguridad de la ONU de una resolución, que de haber sido aprobada, habría supuesto para Israel la obligación de abandonar para 2017 sus asentamientos ilegales conforme a derecho internacional en territorios palestinos.

En general, estamos siendo testigos de algunos signos que apuntan a una creciente preocupación y sentido de responsabilidad internacional a la sinrazón de esta violencia. ¿Se trata de una cortina de humo para justificar todo lo que debería haberse hecho? ¿Existe una verdadera intención de poner freno a la infinita arrogancia que Israel muestra con su tradicional política de hechos consumados? ¿No debería Israel interpretar estos cambios como prueba de que no está haciendo bien las cosas? Sólo el tiempo podrá responder estos interrogantes.

Marta González Labián