Cuando se pertenece a un club, la responsabilidad de cada miembro es la de cumplir con las normas y con los compromisos adoptados. 

Si además se trata de compartir algo valioso, de protegerlo, y que todos saquen provecho de ello, las obligaciones que se deben asumir para lograr los fines esperados no pueden dejarse al margen. Todo esto debe saberlo bien, o al menos debería, el nuevo Primer Ministro griego, Alexis Tsipras.

Sin duda, no es lo mismo ver cómo actúa un determinado gobierno desde la oposición que tomar decisiones que afectan a millones de ciudadanos. Si se trata de aspirar a gobernar, no se pueden lanzar mensajes aparentemente contrapuestos, unos hacia dentro, es decir, a los ciudadanos griegos en el caso que nos ocupa; y otros hacia fuera, a Europa, al resto de miembros del club. Esta variedad de mensajes puede resultar desconcertante para la opinión pública griega y para la europea en general. Por lo tanto, cuando con discursos paralelos se consigue llegar al poder, cualquier declaración por parte de los líderes griegos llevará a la percepción de que no resultará posible mantener políticamente satisfechos a los votantes de Syriza y al resto de componentes de la Unión Europea.

Como miembro de la UE desde 1981 y de la Eurozona desde 2001, las decisiones económicas y financieras que se adopten en Atenas tendrán también consecuencias para el resto de socios comunitarios debido a la soberanía monetaria compartida y a la fuerte interdependencia entre los Estados de la Unión. De ahí que sea necesario un acuerdo entre ambas partes. De quitas de deuda, de la supresión de la Troika o de la negativa a un tercer rescate con nuevas condiciones, Tsipras y su ministro de Finanzas, Yanis Varoufakis, han pasado a una mayor moderación al ver la gran oposición que tenían enfrente.

La intensa agenda de los nuevos líderes griegos comenzó incluso antes de que el Parlamento votara al nuevo gobierno. Bruselas, Washington, Fráncfort, o Berlín, entre otras capitales europeas, han sido lugar de paso de Tsipras o Varoufakis las últimas semanas. 317.000 millones de euros de deuda griega, que suponen el 185% del PIB griego, están en juego y son objeto de las negociaciones. Las continuas proclamas de Tsipras anti-austeridad y anti-_troika_ marca unas líneas rojas tan separadas de las del resto de miembros de la unión monetaria que dificultan sobremanera las negociaciones con el Eurogrupo, tal y como han demostrado las última reuniones.

Ante la actual situación negociadora, pueden abrirse varios escenarios. En primer lugar, la extensión del rescate, que es la tesis defendida inicialmente por la Unión Europea. El próximo 28 de febrero concluye el plazo del segundo rescate, por lo que urge llegar a acuerdos. En cambio, Grecia apuesta por un acuerdo puente de seis meses como alternativa a la extensión del rescate actual y, así, detener las medidas de austeridad y las reformas del anterior gobierno griego. Mediante este tipo de acuerdo, se plantearían algunas concesiones a Grecia, aunque previsiblemente escasas. Entre estas, se podría reducir el objetivo de superávit fiscal, por lo que Grecia podría permitirse algo más de gasto social, y extender los plazos para el pago de la deuda. Como concesión política, podría acordarse la eliminación de la troika, lo cual sería visto por los griegos como una victoria de Tsipras, aunque lo cierto es que cada vez más voces clamaban por su defunción. Aunque improbable, no se puede dejar de lado la posibilidad de que ambas partes mantengan su negativa a realizar cesiones. Esta tesis se muestra próxima cuando nos fijamos en los intercambios dialécticos Merkel-Tsipras o Schäuble-Varoufakis, o cuando escuchamos las claras posiciones contrarias a las tesis griegas por parte de países como España, Portugal, Irlanda, o los países bálticos, como se pudo comprobar el 12 de febrero en el último Consejo Europeo.

En este complejo escenario entre Grecia y el resto de la Unión, es importante no olvidar la posición de Rusia, país con vínculos históricos con los griegos –y no sólo por compartir una misma religión-. En el eventual caso de que fracasen las negociaciones con la Unión Europea, esta podría enfrentarse a un nuevo reto geopolítico por parte de Rusia, quien ya ha mostrado su disposición a estudiar cualquier petición de ayuda financiera que pudiera llegar de Atenas. Tras el conflicto ucraniano, lo último que le conviene a la UE es encontrarse en su puerta trasera con Moscú.

Tsipras y el presidente del Eurogrupo, Jeroen Dijssebloem, acordaron el 12 de febrero retomar las negociaciones entre Grecia y la troika, y analizar los puntos en común entre el actual programa y los planes de Atenas. El acuerdo deberá llegar antes del 28 de febrero, fecha en que concluye el segundo rescate. El gobierno griego parece estar dispuesto a aceptar con condiciones la prolongación del acuerdo del préstamo a Grecia manteniendo implicado al Fondo Monetario Internacional, pero se opone claramente a una extensión del programa de rescate, por lo que las negociaciones se han endurecido, y prueba de ello es la sucesión de acontecimientos del lunes pasado: Grecia pide formalmente el pago de reparaciones por la II Guerra Mundial, Schauble califica al gobierno griego de irresponsable y, por último pero no menos importante, el Eurogrupo da un ultimátum a Grecia para que acepte sus condiciones.

Mantener un doble discurso no va a llevar a Grecia a la estabilidad política y al progreso económico que tanto necesita. Enrocarse en sus posiciones no hará sino incrementar su propio aislamiento, lo cual tendría nefastas consecuencias para los ciudadanos griegos. A Europa tampoco le conviene que esta situación acabe desembocando en algo irresoluble, como bien pudiera ser el “Grexit”. De los próximos acuerdos entre Grecia y el Eurogrupo dependerá la credibilidad del euro y, en último lugar, del propio proyecto europeo.

Rubén Ruiz Calleja